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¿Ciudad Futura? – 2da entrega de 3
Entonces, ¿cómo hacer para reducir nuestra huella ecológica?
A grandes rasgos, el Arq. Gerardo Wadel propone:
1) Consumir alimentos lo más “locales” posibles, a fin de reducir los impactos ambientales implicados en el transporte del alimento de su lugar de origen a la góndola del supermercado. Muchas personas ignoran este concepto, de ser locales con la comida. Existen infinidad de kilómetros acumulados por productos que ni siquiera son de primera necesidad. Cada kilómetro tiene adosada una cantidad de dióxido de carbono emitido a la atmósfera. Cada kilómetro… contamina.
2) Mejorar consistentemente la gestión de nuestros residuos. Ya sea reduciendo las cantidades, como también incorporando una nueva industria que sea capaz de reciclar lo que se pueda y darle un tratamiento adecuado a aquello que va a digerir la Tierra.
Para comenzar, obviamente, se tiene que generar un sistema de recolección de basura que contenga la voluntad de los vecinos de separar sus residuos en orgánicos e inorgánicos –brindándoles todo, hasta los mismos tachos para separarlos, invirtiendo mucho menos que lo que nos saldría mitigar la contaminación producida por los basurales de cielo abierto y los problemas de salud que ya existen en las poblaciones humanas que los circundan– y, por supuesto, multar a aquellos vecinos que decidan seguir aportando a la ignorancia medio ambiental.
“No sabés lo que me cuesta pelear contra esa idea de que los pobres vienen de afuera: que no son lo que nosotros produjimos…” – Martín Caparrós (2006)
3) Optimizar al máximo nuestros sistemas de transportes, lo cual implicaría que nuestra dependencia de ellos sea lo más reducida posible. Reducir nuestra dependencia en los transportes, es reducir nuestra dependencia por combustibles fósiles. Reemplazar el avión, en lo posible, por barco u ómnibus, dejar el auto para viajes largos, y reemplazar la movilidad cotidiana por un vehículo a tracción a sangre. Y con esto no me refiero a domar un animal, sino a salir uno mismo de su comodidad, dejar de ser un sedentario absoluto y llevar de una buena vez esa bici vieja a la gomería.
Decíamos, ¿cómo hacer para reducir nuestra huella ecológica?
Ciertamente es algo que nos toca a nosotros pensar. Es a nuestra generación la que le toca replantearse estos temas. Y pensarlo activamente, a conciencia. Piénsenlo por un momento. Millones de años de evolución biológica, hasta que de repente, PUM!, aparecemos nosotros, seres conscientes, con los interrogantes de siempre: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? ¿Para qué vine a este mundo?… ¿No son los mismos interrogantes del Universo mismo? Si el Universo tuviese conciencia de sí mismo… ¿no querría saber él también quién es, hacia dónde va, y para qué entró en la existencia?
Y si nosotros no somos más que polvo estelar que se fue aglutinando desde el principio mismo del tiempo; una sopa de letras de elementos químicos que se formaban casi de la nada, que se juntaron y de repente, PUM!, la vida… Si somos ESO… y nos estamos haciendo ESAS preguntas… ¿¿es demasiado limado lo que digo??
“La función de la conciencia en el acoplamiento entre el hombre y los sistemas homeostáticos que lo rodean no es, por supuesto, ningún fenómeno nuevo. Pero hay tres circunstancias que hacen que la investigación de este fenómeno sea un asunto urgente.
En primer lugar, está el hábito que tiene el hombre de cambiar su ambiente en vez de cambiarse a sí mismo.
(…) la lógica del proceso evolutivo tiende hacia los ecosistemas, que apoyan sólo a las especies dominantes, capaces de controlar el ambiente y sus simbiontes y parásitos.
El hombre, principal modificador del ambiente, crea también ecosistemas uniespecíficos en las ciudades, pero va un paso más adelante, estableciendo ambientes especiales para sus simbiontes. Estos, se convierten, similarmente, en ecosistemas uniespecíficos: campos de maíz, cultivos de bacterias, corrales de aves, colonias de ratas de laboratorio, etc.
En segundo lugar, las relaciones de poder entre la conciencia y el ambiente han cambiado rápidamente en los últimos cien años, y la tasa de cambio en estas relaciones viene, ciertamente, creciendo con rapidez, de la mano con el avance tecnológico. El hombre consciente, en cuanto a modificador de su medio, dispone ahora de la plena capacidad de destruirse a sí mismo y a este ambiente, con la más pura de las intenciones conscientes.
Tercero, en los últimos cien años ha surgido un fenómeno sociológico peculiar que acaso entraña el peligro de dejar aislado el propósito consciente respecto de muchos procesos correctivos que podrían emanar de las partes menos conscientes de la mente. La escena social se caracteriza ahora por un gran número de entidades automaximizantes que, jurídicamente, tienen algo así como la condición de “personas”. Tales son los trusts, compañías, partidos políticos, gremios, agencias comerciales y financieras, naciones, etc. Ateniéndonos a los hechos biológicos, sucede que, precisamente no son personas y ni siquiera agregados de personas completas. Son congeries de partes de personas.” – Gregory Bateson (1972)
Cabe aclarar que con “especie dominante”, Bateson se refiere a un cierto rol de líder ecológico que se le confiere al ser humano por poseer un mayor grado de auto-consciencia, y no a la “dominancia” en el sentido “yo soy superior a vos”. Este rol de cuidar al medio ambiente, es responsabilidad de todos.
/// Sigue -y termina- la semana entrante.
Brian Longstaff.-
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