BA 257 – Relato Fantástico Distópico #5: “Llegaron los resultados”.
Colonia Barón, La Pampa, Argentina. Otoño del año 2026.
Habían pasado ya diez años desde que el Lic. Javier Gius sufrió aquel arrebato de sí mismo, que terminó en la intervención policial de su clase de Introducción a la Economía, bien atrás en sus días de profesor universitario. Unos días en la comisaría, luego meses de psiquiátrico, las salidas transitorias posteriores y devuelta a tratar de re-insertarse en una sociedad que no lo contenía.
En sus días de internación, harto de los humanos y la desidia generalizada, se le desbloqueó una gran capacidad que muchos han tenido de chicos: comenzó, otra vez, a hablar con plantas y animales… Capacidad que no compartió con el equipo médico de turno, si no jamás le hubiesen dado el alta. Se lo guardó para sí mismo. Como un pequeño secreto, un super-poder, que fue cultivando con paciencia y muy de a poco. Progresivamente.
La primera fue la hermosa Sansevieria –o San Siberiana- que se posaba sobre un macetón al costado del pasillo que conectaba con las salas psicológicas. Sus hojas multi-verdes se dirigían inescrutablemente hacia el cielo, y cuando Javier le pasaba por al lado, ésta le decía como en un zumbido vibratorio de sonido acuático-vegetal: Todoh vah a-Tehrminnnar decantahnndo deh la mmmehjor formmah posibleh, yah lohtennés, yah cahasisahlís… Pero después le siguieron los cactus mariachis que el conserje de ascendencia mexicana guardaba arriba de los armarios del personal. Las crasas del cantero del patio le emanaban mantras, directamente.
Le siguió un bicho bolita, mientras estaba sentado en las escaleras de la terraza mirando como subía por el escalón. –¡Buen Día!- le dijo (y él no supo qué responder). Después, dos calandrias en los bordes de las ventanas, que lo agitaban para salir. Cuando dos perros callejeros le preguntaban cada mañana por el clima, entendió que tenía que masterizar este don que había canalizado, y usarlo para, básicamente, estar mejor, él, más conectado… y “bajar” data del reino animal y vegetal, comprender sus verdades.
En terapia, habló de su papá. Ausente en un amplio lapso de su vida. Siempre desconoció por qué, al igual que las circunstancias de su extraña muerte en 2015. Lo encontraron tirado en la orilla de un arroyo perdido en el sur argentino, al lado de una gran roca maciza ensangrentada. Supuesto tropezón y golpe en la cabeza, si bien la autopsia forense indicaba que tenía agua en los pulmones y marcas de estrangulamiento. De él, hoy sólo tiene las pertenencias que llevaba consigo adentro de un bolsillo bordado en su eterno morral: una navaja suiza Victorinox, un cuaderno escrito a mano lleno de frases y garabatos, una baqueteada copia de la Constitución Nacional y tres piedras de Poder: un citrino, una turmalina y un ojo de tigre.
Por otro lado, su proceso terapéutico lo fue llevando a trabajar sobre su actitud querellante hacia la vida, logrando dejar de rebajarse espiritualmente, poniéndose de mal humor por personas que vibraban mucho más bajo que él. Pero sus ideales tenían esa capacidad de interponerse en su cordura, y la ciudad le ofrecía sobrados motivos y estresores estimulantes para enajenarse. Bondi. Ruido. Bocinazo. Caño de escape. Humo. Alarmas. Antenas. Sirenas. Vías de Tren. Tráfico. Demoras. Gente, hacinada. Vibras; vibras; en su mayoría malas…
Su hipersensibilidad venía potenciada por sus conocimientos en física moderna y cuántica, química subatómica, biología gaiana, sociología entrópica, termodinámica social y cuanto libro de autor exorbitante haya encontrado en la librería de libros usados en la que trabajó un tiempo al recibir el alta en la Capital Federal, en aquella época embarbijada del 2020, donde todo –internacionalmente- estaba al borde de la hecatombe mundial.
Y llegó un momento en el que irse a vivir a la mitad del campo le pareció la menos peor de todas sus posibilidades. Transitar la pandemia dentro del anillo de la Av. General Paz que circunda la gran ciudad y la encierra como un candado, iba a ser un nuevo manicomio para él. Tenía que salir de ahí, mientras aún podía. Siempre apasionado por la sociología rural argentina, con su realidad de campo Favaloresca.
Sentía un impulso interno por rehabitarlo. Por recuperar al menos un casco vacío de establecimiento rural, de esos que abundaban en la llanura argentina tras años de abandono. Espacios habitables, dejados de lado por el mismo sistema productivo alimentario que extraía nutrientes, granos y carne de sus campos. Ni los nutrientes, ni los granos, ni la carne quedaron nunca para la dieta local. ¿Y los suelos? Desnudos… de vida: de micro y macro fauna, de materia orgánica y de nutrientes. El suelo había dejado de ser un ecosistema vivo, para ser simplemente algo utilitario, un recipiente contenedor del combo de insumos que aceleraban el crecimiento de lo que se decidía producir.
Procesos que venían de antes, pero el año 2026 había sido marcado por sequías extendidas en todo el mundo, a la vez que desbordes de ríos, inundaciones, un par de tsunamis, terremotos y huracanes con nuevas variantes llenas de polvo que envolvían tanto a las ciudades como a los pueblos rurales. El Cambio Climático ya había pasado a ser Bardo Climático.
Nada iba a poder hacer él para cambiar todo eso, pero los pastizales agrícola-ganaderos le parecieron un buen paisaje para aprender a manejar sus arranques de ira. Enganchó, a través de una vieja amiga, un arreglo de casero en una estancia del noreste de La Pampa, que terminó siendo un trabajo terapéutico extendido, en el sentido de lo meditativo y contemplativo que puede llegar a ser inmiscuirse en el mundo de las plantas. Seguir sus pulsos y los de las estaciones. Y más aún si podés comunicarte con otros seres vivos.
Antes de mudarse definitivamente, se juntó a charlar con un viejo amigo suyo, ingeniero en recursos naturales y medio ambiente, que ya había hecho la experiencia de vivir en el campo intentando llevar adelante una transición agroecológica. Javier disfrutaba de quedarse callado y escucharlo hablar. Las conversaciones que tenía con Agustín, siempre derivaban en alguna forma de co-construcción de conocimiento sobre lo que sea que estaban hablando. A veces llegaban a estar hablando los dos al mismo tiempo, a la vez que escuchándose… Una locura para cualquier tercero que los estuviese viendo conversar. Y otras veces, como aquella vez, prevalecía la energía de uno, y el otro la recibía.
– No tenés la menor idea de a dónde estás yendo ni de las dinámicas sociales que existen allá –le fue diciendo abiertamente- Ya no es como hace un siglo atrás, con pobladores locales conociendo y trabajando sus tierras siguiendo las estaciones, la intuición, no. Ahora son todos contratistas, terceros para terceros, que a su vez subcontratan y cobran y pagan por tiempo, por hectárea. Todo es rendimiento, maximización. Campos heredados por hijos desapegados del campo, sin sentimiento de pertenencia, que se pelean por plata y terminan subdividiendo y alquilando a grupos agropecuarios que manejan cada vez más hectáreas con maquinaria agrícola cada vez más grande y cara de comprar y mantener, todo en una espiral sin fin hacia la mayor producción posible, con el mayor rendimiento posible. Ni enterados de las crisis energéticas que ya existen. ¡Y es que así cualquiera! ¡Con los cascos vacíos de gente, se puede seguir parcelando y vendiendo y fumigando a troche y moche! ¿Total?, no hay nadie ahí que respire ese aire y tome su agua. ¡Bah!, alguien sí: las vacas, pero su carne con agroquímicos en sangre se vende en el exterior, como carne Premium de vaca engordada a pasto. Y te vas a cruzar con unos personajes siniestros, oscuros, mamarrachos terribles, caretas, tipos cuya palabra no vale de nada… Por más que el planeta se esté yendo al carajo, y por más que hayan sobradas evidencias del impacto en la salud humana de sus prácticas, ellos siguen y siguen con el ‘business as usual´, con el “acá no pasó nada”, con el taaaaka-taka-Taka y el mosquito fumigador con viento, y sus operarios desprotegidos y la avioneta todo el día, y los bidones y bidones de galones de productos tirados por todos lados, y ya está… ya está en todos lados… en las napas, en el agua de lluvia, en el agua de los pueblos que toma la gente, en las hojas de los árboles de las plazas de esos pueblos, en el polvo disperso en el aire, en tu pelo, ¡ya está! ¡Ya estamos jodidos!… ¿y qué van a hacer? ¿Parar? ¡Naaah…! Esto es el Titanic, Javi querido, y están todos en modo “sálvese quien pueda”… ¡Nah! Yo soy de los músicos man, y voy a seguir haciendo arte concientizatorio mientras el barco se hunde.
Pero Javier se fue igual.
Y lo que siguió fue, para él, “el darse cuenta” de cómo una persona aparenta algo pero es otra cosa. Esta amiga que Javier tenía, vivía en el exterior, y tenía un espacio rural que se le venía abajo. Él se mudó para intentar ayudarla a recuperarlo, reforestando el casco y recuperando el rancho.
Sin embargo, El Inquilino, a quien se le arrendaba el resto del campo, pensaba que el casco iba a estar vacío, como tantos otros establecimientos que manejaba en ese entonces. Pero este no. Lo cual le cambiaba su contexto. Y eso le incidía negativamente en sus ecuaciones económicas, porque una fumigación que podría hacerse en una tarde, pasó a tomarle una semana entera, al tenerlo al tipo ese ahí metido observando la velocidad del viento para querellar en su contra y atentar sobre sus ganancias.
Querella, que por más que Javier haya podido trabajar en terapia cómo controlar, al cabo de unos años le empezó a brotar de nuevo, a costas de haber gastado excesiva pólvora en chimangos tratando de establecer una relación cordial con él. Lo cual era imposible, porque del otro lado tenía a su antítesis: un adicto a los placeres personales, al dinero y a las redes sociales… De los que viven mañana y ayer, en una línea cronológica interminable de posteos, y nunca en el Hoy.
El inquilino se llenaba la boca hablando de producción responsable y ganadería regenerativa, cuando no podía ni siquiera presentar un plan de acción de reducción de uso de agroquímicos. De la tranquera hacia afuera, decía que le interesaba lo social, lo ambiental y lo económico por igual, pero de la tranquera hacia adentro, el dinero primaba sobre el humano, y la máquina fumigadora tenía más importancia en sí misma que los mismos operarios que las manejaban, sin traje protector, rascándose copiosamente los brazos, manipulando bidones, siempre de apuro. Y es que así, a los apuros productivos, se fueron contaminando paulatinamente las napas de agua. Contaminando difusamente los ecosistemas durante más de 50 años…
Y esto, Javier, intelectualmente lo entendía, y sabía que el otro tipo también lo sabía, pero amasar fortunas para tranquilidad de sus socios (todos viviendo en el exterior, sin conexión con el campo más que la cotización de la soja al cierre del día bancario) era lo único que en verdad lo motivaba a este oscuro y repetitivo personaje de la llanura pampeana argentina.
– En ningún otro campo tenemos que avisar cuándo “aplicamos” –le dijo una de las pocas veces que se bajó de su camioneta y caminó hacia el rancho, usando semántica barata para referirse a “fumigar”- ¿En carácter de qué te tengo que avisar a vos de lo que yo hago? Y deja de preguntar… No hay datos ambientales para compartirte Licenciado. En el campo es así… -Sonrisita cínica, y se trepó nuevamente a su camioneta, y arrancó, dejando detrás una estela de polvo de sendero vecinal suspendido en el aire… aire repleto de partículas microscópicas de veneno aplicado por incontables productores que vinieron antes que él.
Y Javier sabía cómo venía la mano. Sabía sacar la ficha del careta. Pero el “agronegociador” es un personaje distinto. Es un careta con más recursos, sagaz, comerciante, negociador hasta la médula, y que a su vez no tiene una visión suficiente como para ver que la matriz productiva ya venía con los días contados por el impostergable colapso ecosistémico que se cernía sobre el mundo.
Viviendo en el campo, Javier entendió la dinámica con la cual el agronegociador se lava las manos… Un buque petrolero encalla en una costa y su contaminación es “puntual”, ahí, y en tal momento, y es fácil de culpabilizar: la empresa tal. Pero con los agroquímicos no es tan fácil, la contaminación es difusa, por producirse en muchísimos puntos diferentes, y durante un largo lapso de tiempo. Por lo cual, los participantes de esas contaminaciones difusas son inimputables, y es casi imposible hacerlos responsables de sus actos. Y esto, Javier, también lo entendía intelectualmente, y no poder hacer nada al respecto le carcomía la cabeza. Aun así, y dentro de todo, lo venía manejando bastante bien.
Hasta que llegó una hermosa tarde de otoño.
El viento había soplado fuerte todo el día volando hojas secas de las copas de los árboles caducos del casco. En su mayoría olmos viejos, pero bien erguidos. Ahora, había cesado por completo. El sol pintaba un pallet de colores en el cielo amplio e inmenso de La Pampa, con alguna que otra pequeña nube esponjosa quieta en la escena. Javier se preparó un mate amargo; puso una reposera enmendada apuntando hacia el oeste y se sentó plácidamente a respirar el aire otoñal, sus aromas secos y marcados. El morral con las pertenencias de su viejo estaba sobre su regazo. Nunca hurgaba en sus cosas, pero solía dar una vuelta caminando con el morral puesto, tratando de entender nosequé. Pero le hacía bien, era su pequeño ritual.
Hoy fue distinto. Porque cuando sacó la reposera y la estaba llevando hacia la parte de atrás que apuntaba hacia el atardecer, los olmos lo interpelaron al unísono.- ¡¡¡NooHs duHelen laHs hoHjaHsJAAAaaahviiiii…!!! ¡¡¡Nohs duHeeeeelen!!! –y pudo ver como las hojas atrofiadas de los olmos se retorcían de dolor, en tensiones torturantes; años de deriva agrotóxica entrando por sus estomas. De alguna manera esto le dolió mucho a Javier (quizás por no haberse dado cuenta antes) y al sentarse abrió el morral de su papá y sacó sus piedras. Sintió la suave textura pulida que tenían dos de ellas en contraposición a la aspereza de la turmalina. Luego sacó el cuaderno anotado a mano. Lo hojeo rápidamente, encontrando toroides dibujados sobre los márgenes, secuencias de números /3-6-9-x-todos-lados/, geometrías fractales, y frases sueltas.- En otro momento –pensó.
Entonces sacó la copia de la Constitución Nacional y la miró largo y tendido. De costado pudo ver que algunas hojas habían sido arrancadas. Pero antes de que su cerebro le comande a su mano que abriese la Constitución, el olor a falopa-química se hizo presente en el aire, y era terrible. Su serenidad dejó de existir al saber que si se siente el olor es porque la partícula está ahí, se mete a golpear los sensores receptores del olfato, ingresando de manera bioacumulada al cuerpo, ya sea por el aire respirado, o por el agua consumida o la que rozaba su piel en la ducha. Mitad fundamentado y veraz. Mitad paranoia.
Así que levantó campamento por quinta vez desde el equinoccio de otoño, y activó su propio protocolo; el que pone en marcha cada vez que hay olor a insumos del agronegocio en el aire, que consiste de irse adentro, prender un sahumerio, y resistir.
Prendió el sahumerio, y encendió el fuego de la estufa hogar, que siempre tiene ´cargada´ por si acaso. Retoma los mates, calmado, a la vez que enfurecido internamente. Y sucedieron, como siempre a veces pasa, algunas cosas en consecución, siguiendo una secuencia definida, que hace que uno, inevitablemente, pierda los estribos y reaccione desde la emoción, y no desde el intelecto.
Primero, abrió la Constitución en las hojas faltantes.
Eran las de los artículos 41, 42 y 43. El los conocía muy bien porque solía darlos en la facultad: el del “derecho al ambiente sano y el deber de preservarlo”, el del “derecho a la información adecuada y veraz” y el del “recurso de amparo”. Le hizo pensar en el Principio Precautorio, y en cómo lo sacaron de la ley general del ambiente por decreto en el año 2024… Principio que a la economía no le convenía tener, porque ponía en jaque todas sus actividades extractivistas, que desposeían de las evidencias empíricas que demostrasen que sus actividades no impactaban negativamente sobre los bosques, ríos, humedales, pastizales, océanos y paisajes enteros. Su cabeza disparó para cualquier lado. ¿Habrá necesitado papel para quemar y prender un fuego en su vida de nómade abandónico? ¿O acaso su padre sabía de alguna manera que sacarían esos artículos de la Constitución Nacional?
Lo segundo que ocurrió fue que alguien aplaudió afuera y Mithrandir ladró.
Javier salió para ver al cartero del pueblo, que todas las tardes pasaba por el sendero vecinal volviendo a su casa en el campo. Con él sí se entendía bien y a pocas palabras. Compartían esto del amor a las plantas y al campo.
– Llegaron los resultados… al correo, hoy… esos que me habías contado… Como no vas nunca a la Matrix te los arrimé acá al Nabucodonosor. Después me contás, tengo que rajar.
– Siempre agradecido, Tano.
Javier abrió el sobre de papel madera mientras la Ford F-100 se iba mansa por el camino, sin levantar tanto polvo. Un zorro se veía a lo lejos, algo fatigado, trotando hacia el casco. Los resultados eran desesperanzadores. En su tiempo libre y persecuta, Javier recolectó muestras de agua de todos los tanques australianos que circundaban al pueblo, como así también una canilla de la plaza central que se usaba para regar; y después las mandó al único laboratorio privado que aún se arriesgaba a hacer análisis en busca de presencia de agrotóxicos; atendido por una mujer heroína, recordada para siempre en años por venir. Había de todo; y todo muy por encima de la línea permitida por una legislación inexistente. Todos nombres que no conocía, que nunca había leído, que nunca le habían contado.
Podrían haber sido nombres de montañas de otra Era civilizatoria, o nombres de robots utilitarios de algún futuro distópico. Pero no. Eran nombres de ese presente de la química moderna y era muy difícil leerlos de corrido sin imaginar cualquier otra cosa: Ametrina, Atz-OH, Atz-desetil, Atz-desisopropil, Atrazina, Imazapir, Imidacloprid, Imazapic, Imazetapir, Dimetoato, Diclosulam, Metsulfurón Metil, Carbofuran, Metribuzin, Metalaxil, Clorimurón etil, Flurocloridona, Epoxiconazol, Triticonazol, Metolaclor, Acetoclor, Clorpirifos-Metil, Tebuconazol, Piperonil butóxido, Clorpirifos, Pendimentalin, Dicamba, Fipronil, 2,4-DB, 2,4-D, Glifosato y AMPA…
Y ya era demasiado tarde, porque los pocos pobladores rurales que había la estaban tomando, y el pueblo entero la estaba tomando, e imposible saber desde cuándo. Él sabía que el inquilino, hoy, no tenía nada que ver con el olor a extractivismo que sentía en ese momento en el aire, ni podía ser culpado por estos resultados que tenía en su mano. Pero sí sabía que ese tipo era parte activa y pieza clave de la culpa colectiva que jamás sería puesta a juicio por ningún juzgado de ningún país que basa la mitad de su presupuesto anual en los impuestos al campo.
El tercer detonante fue la llegada del zorro a su lado.
Los animales ya no le preguntaban por el clima ni se le dirigían con frases simples. Había podido desarrollar un grado de entendimiento tal que podía conversar de los aspectos más intrincados del universo con ellos. A este zorro lo conocía. Había llegado a un acuerdo con él, de dejarle restos de comida a menudo, alejado de Mithrandir, a cambio de que no liquide a sus gallinas. De tanto en tanto le traía novedades de otros campos.
– He corrido toda la mañana, ¡oh, Shavi!, ¡buen Cuidador! Y he escuchado la mayor blasfemia, allí, del otro lado del bajo.
– Decime, Lycalopex. Por favor tené a bien decírmelo de una. Vengo con uno de esos días.
– ¡El Inquilino!, ¡oh, Shavi!, ¡buen Cuidador!, el inquilino de estas lomas estaba de reunión del otro lado del bajo con otros terratenientes. Yo surcaba justo por ahí cuando los he de ver, y tan sólo pasé ligero escuchando un extracto de la conversación, ¡oh, Shavi!, ¡buen Cuidador!
– ¿Y qué fue lo que escuchaste mi buen Lycalopex?
– ¡Oh, Shavi!, ¡buen Cuidador! Escuché… “vos acordate que por cada bomba que cae en cualquier guerra, nosotros ganamos más plata con los cereales”, y eso fue lo que escuché.
No aguantó más, y fue a buscar la carabina adentro del rancho. Esa que le dijo a su amiga que no tenía. Su cara estaba decidida a tomar justicia por mano propia. Sacó el Renault 9 del galpón, y cuando estaba poniendo primera para arrancar al pueblo, Lycalopex saltó por la ventana del acompañante, cayendo en el asiento con absoluta precisión.
– Voy contigo, ¡oh, Cuidador!, ¡mi buen Shavi! –y arrancaron.
No sabemos de qué charlaron ni qué palabras eligió el zorro. Pero lo cierto es que la carabina no bajó del auto, y en el pueblo no se supo nunca más nada de Javier.
El día siguiente, en la plaza central, Colonia Barón amaneció con un tipo desnudo ensangrentado atado a un palo borracho. Era el inquilino, y sus ataduras no eran de cuerdas, sino de ramas del mismo árbol que se torcían y lo agarraban y sujetaban contra el tronco central. Inexplicable la manera en la que, desde su torso para abajo, parecía estar dentro del árbol. El permanecía inconsciente. De su cuello, colgaba un manojo de hojas de un gancho. Las últimas, eran los resultados de los análisis de aguas. Adelante, en la primera hoja, decía:
¡Aquí se expone a uno de los culpables de la contaminación del agua del pueblo del año 2076! ¡Cuestiónenlo ahora, antes de que sea demasiado tarde!
– – – – – – – – – – – – – – –
Brian Longstaff.-
Referencia al personaje:
Para conocer los acontecimientos que orbitaron en torno al año 2016 del Lic. Javier Gius, les dejo el link a continuación para descargar de forma gratuita mi primera novela corta, titulada: “La Economía tiene miedo de No Ser Ignorante” la cual cuenta su historia:
Agradecimientos:
Agradecer a mis patrocinadores, que confían en mi trabajo y la generación de contenidos artístico-informativos que bajo al papel. Ellas y ellos logran que siga escribiendo hasta llegar a fin de mes. ¡Gracias!: Lucila Masera, María Carla Gallini, Leon Zaldivar Jarabo, Eduardo Wydler, Lihuel Peinetti, María Eugenia Varela, María José Howard, Agustín Estala, Alison Longstaff, Sabrina Tellini, Gustavo Nervegna, Laura Pagani, John Kleuser, Mariana Pagella, Carlos Ezequiel Benvenuto Manarin, Pilar Pagés, Santiago Eduardo Smith, Andrés Hillion & Alexander Longstaff. También dar las gracias a ‘Bow & Tie Micro Roastery’ por su patrocinio.
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