Acampando se genera un saqueo-mental:
Comparto unas líneas, como si estuviese pensando en voz alta, un divague mesurado, pero con un pie –siempre– sobre la tierra y el otro utopizando, dibujando.
Que la vida es una, no me cabe duda… Y, agregaría, es corta; verdad que se desenvuelve a medida que uno crece. Y es que a medida que uno crece, el tiempo parece pasar más rápido. Se nos desliza en la rutina. Y de repente nos encontraremos cobrando una jubilación, sin saber siquiera si hicimos lo que quisimos hacer. Y miramos para atrás, intentando encontrar el origen, ese momento en el cual nos fallamos a nosotros mismos, dilapidando nuestros sueños.
Nos preguntaríamos cuál fue el momento donde nos rendimos, donde dejamos de hacer lo que realmente queríamos hacer por culpa de que el sistema nos mandaba a llamar constantemente a trabajar vendiendo nuestro tiempo a cambio de dinero, y transformando el tiempo en algo tangible, cuando el tiempo nunca podría realmente cuantificarse, sabiendo que todo es relativo y que es otro invento del hombre. Y un sistema errado, crea paisajes bizarros, evidencias de que la sociedad TODA está errada, enferma, perdió su rumbo. Perdimos nuestro rumbo.
Los saqueos producidos en todo nuestro país por disfunciones entre los medios de comunicación, nuestros gobernantes y el cuerpo policial, son el síntoma de que la sociedad está llegando a un climax, a un punto de ebullición de ideas tal, que no quedará otra que empezar a ver formas de solucionar los problemas de fondo que atañen a la realidad social y ambiental. Los saqueos de verano son, para los argentinos, un deja-vú de hace unos años atrás, o una mentira, o una evidencia de que el sistema está podrido, y los problemas nos vuelven una y otra vez, señal de que estamos haciendo algo mal.
Si la vida es una, entonces la respuesta está en el cómo. ¿Cómo vivimos nuestra vida? ¿Qué tan frugales somos? ¿De cuántas cosas podríamos despojarnos? ¿Podemos desarraigarnos de nuestras costumbres? ¿Qué tan sencillos somos? (lo cual no es sinónimo de conformismo)
Una forma de ponerse a prueba –y esto es solo una propuesta abierta– es irse a acampar. Agarrar, por más que sea una noche, lo básico: carpa, lápiz y papel, abrigo, cacharro, mate, libro y uno mismo. Acampar alguna/s noche/s de tu vida puede transformártela al mostrarte que con poco uno también es feliz.
Al acampar, se producen momentos ciertamente mágicos. La naturaleza te va mostrando sus funciones y deja ver un entramado de relaciones entre todos los componentes, vivos y no vivos, del ecosistema. Podríamos ver una pareja de Carpinteros Silvestres volando y re volando entre ramas, gritándose y cantándose mutuamente. Vaya uno a saber que piropo le andaba declarando el macho carpintero a la hembra. O quizás, ella ya se enamoró de él, y la danza que hacen es solo una celebración del amor, de la vida.
Otros que andan en pareja son los Churrinches, hermosas aves pequeñas, con un fuerte color rojo en el pecho, fáciles de reconocer por sus hábitos de búsqueda de comida… uno se posa sobre una rama vertical de algún arbusto, fijándose que no hayan moros en la costa; el otro sube y se zambulle en el matorral en movimientos cortos, rápidos y precisos, buscando alimento para los dos. “Son muy amistosos los Churrinches, te acompañan si te ven y no les metes miedo” me cuenta un amigo mientras caminamos con una pareja de Churrinches siguiéndonos a 10 metros todo a lo largo del alambrado por el que veníamos paseando.
Andaba un Hornero, desquiciado, todo chiquitito, marroncito, sobrio, pero con mucha autoridad, eligiendo con sumo cuidado diferentes elementos desperdigados en la hojarasca: ramitas secas, piedritas, pedacitos de raíces viejas con un poco de barro, pecíolos de hojas raras… él iba y elegía. Quizás pegaba un grito a manera de queja, “¡Bah! ¡Esto no me sirve!”…. O de repente gritaba más agudo, “¡Eureka!”, agarraba algo y levantaba vuelto rapidísimo y en línea recta hacia donde estaba construyendo, o más bien diseñando, su nido.
Al llegar a la rama donde se erigía su casa, se quedaba un rato plasmándolo todo en una obra de arte arquitectónica natural, al lograr construir un monoambiente-espiralado, con un sector de entrada para ver cómo está el tiempo antes de volar, y otro segundo sector diferenciado para incubar los huevos y descansar. Esa segunda “habitación” está separada por una curva interna que hay dentro del nido para aminorar el riesgo de que otras especies le roben sus huevos como alimento.
En el sector de las duchas había una Mantis colocada cual alpinista subiendo un acantilado sobre la puerta. Unos ojos desproporcionadamente grandes con respecto a su cuerpo, mirada perdida, mirando absolutamente todo a la misma vez. Sus antenas con suaves movimientos de vaivén. Qué registraban, no lo sé, quizás la temperatura, la humedad del aire, no lo sé… Hace 2 años yo había acampado en el mismo lugar, y había otra Mantis en el mismo lugar. Pero no era esta, la otra debió haber sido su tátara abuelo, quien le dejó como herencia su función de vigilante del vestuario del camping.
Al salir de las duchas, caminando hacia la carpa, una Calandria Real llegó a hacer ruido con su personalidad nerviosa, apurada, coqueta, casi elegante-sport. Cantando iba de acá para allá, a pasos que parecían orquestados por alguna música clásica que yo no podía escuchar… en otra vida, la Calandria pudo haber sido una directora de orquestra tranquilamente. Llega volando planeando muy rápido, despliega sus alas ahí nomás del suelo, aterriza perfectamente parada cual gimnasta olímpica china, y se queda con su pose triangular: cuerpo y cola formando una “V” cuyo ángulo varía entre una “V” muy cerrada o abierta varias veces por minuto, buscando constantemente el equilibrio.
Ya estaba totalmente embelesado por la Naturaleza. Embriagado por tanto que estaba ocurriendo todo el tiempo ahí, y yo preocupándome por los avatares de la vida en sociedad. Y llegó la noche al camping… me fui a caminar.
“la vida es una caja / llena de cantos, se abre / y vuela y viene / una bandada / de pájaros / que quieren contarme algo / descansando en mis hombros, / la vida es una lucha / como un río que avanza / y los hombres / quieren decirme, / decirte, / porqué luchan, / si mueren, / porqué mueren, / y yo paso y no tengo / tiempo para tantas vidas / yo quiero / que todos vivan / en mi vida / y canten en mi canto, / yo no tengo importancia / no tengo tiempo / para mis asuntos, / de noche y de día / debo anotar lo que pasa, / y no olvidar a nadie. / Es verdad que de pronto / me fatigo / y miro las estrellas (…)”
Y mientras Pablo Neruda describía mis sentires en la mitad de la noche, mire, en efecto, a las estrellas y me quedé mirando, absorto. Fue una noche de varias estrellas fugaces, y no miento. Una en particular fue gigante. Bien por lo bajo del horizonte, pero de alguna forma, cerca. Bajando en diagonal de derecha a izquierda. Una bola de fuego de casi 1 centímetro a la vista y una cola de unos 3 centímetros… al llegar a la línea de las nubes, su contorno, y su luz, iban destellando a medida que atravesaba diferentes densidades de la nube, perdiéndose luego atrás de la línea del bosque que tapaba la línea final del horizonte. Sencillamente increíble. Pero, ¿por qué tantas estrellas fugaces? ¿Habrán aprovechado varios a pedir deseos de bienestar y paz mundial? ¿O solo les pedimos trivialidades a las estrellas fugaces?
Si nos lo encontráramos de noche caminando a Henry David Thoreau por el bosque, quizás nos diría a la pasada… “En vano busco un cambio exterior / y no puedo encontrar diferencia alguna, / hasta que un nuevo rayo de paz imprevista / ilumina lo más recóndito de mi mente”
Luciérnagas empezaron a aparecer en el sotobosque, entre ramas, entre troncos, entre arbustos, entre gramíneas, por todos lados… pequeñas luces, que si uno se detenía a relajarse un momento, e intentabas seguir a una luciérnaga individualmente, podías ir armando una foto-secuencia en tu cabeza, intentando unir los puntos de su destello (igual que un niño de 5 años con un cuaderno de dibujo para unir los puntos y formar animales), formando la trayectoria de vuelo de la luciérnaga. ¿Cómo se vería?
Al volver a la carpa, donde habíamos dejado todo, libros, el termo, botella con agua, toallas, ropa secándose, una lona… unos Caballos saquearon todo lo que tenían a su paso en busca de comida y algo más. Porque al parecer eran caballos revolucionarios… uno había mordido mis libros y, en particular, El libro de los Abrazos de Eduardo Galeano tiene una mordida profundísima, como diciendo a través de esa marca grabada “esta es la posta…”. Abro el libro lleno de polvo, y leo:
“El sistema: / Los funcionarios no funcionan. /Los políticos hablan pero no dicen. / Los votantes votan pero no eligen. / Los medios de información desinforman. / Los centros de enseñanza enseñan a ignorar. / Los jueces condenan a las víctimas. / Los militares estan en guerra contra sus compatriotas. / Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos. / Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan. / Es más libre el dinero que la gente. / La gente está al servicio de las cosas.”
El saqueo perpetrado por esos caballos revolucionarios, derivó en un saqueo-mental que nos permitió utopizar pensando en el contexto social en el que vivimos y en un futuro distinto. Pensar con respecto a los saqueos materiales que ocurrían en el país, producto de una mezcla de cosas, diferencia de clases e intereses, síntomas cruzados de una misma enfermedad alojada en el alma misma del organismo social.
Y digo saqueos materiales porque no era solo alimento lo que se saqueaba, también caía dentro de las necesidades básicas cualquier cantidad de productos electrónicos, tecnología de punta, y todo aquello que las publicidades de la tele les prometieron como disparadores de la felicidad, triste realidad. Saqueos por alimentos, para subsistir, es una realidad admisible, pero el saqueo por la viveza, por creerle todo a la tele y sumarse al descontrol como un vil oportunista no…
Y Galeano –siempre– arremete: “La televisión, ¿muestra lo que ocurre? / En nuestros países, la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra; y nada ocurre si la televisión no lo muestra. / (…) / La televisión dispara imágenes que reproducen el sistema y voces que le hacen eco, (…).”
Ya la mente estaba, ciertamente, en otro lado. Siempre me pasa que me enrosco mucho…
Me fui a dormir, y al despertar, aun masticando los pensares de anoche, me puse a desarmar la carpa. Al sacar la parte que la cubre desde arriba, vi como unas minúsculas arañitas habían armado una telaraña minúscula, un hermoso hogar, en los diferentes recovecos que se formaban entre el cubre carpa y la carpa misma. La telaraña llegó incluso a darles a sus inquilinas agua fresca para la mañana, al atrapar gotas de rocío en su diseño.
La naturaleza seguía envolviéndome con su complejo entramado de relaciones tan mágica y sencillamente dispuestos al ojo des-prejuicioso del ser humano, al ojo que mira desde el arte y no desde lo mecanicista.
Me doy vuelta para recoger la lona del pasto y logro localizar a una Hormiga, de espaldas, arrastrando una pasa de uva GIGANTE… y la movía… y la podía imaginar gritándome. “DALE!! SI, SE PUEDE!!”. Y encuentro identificación en Neruda otra vez:
“Dadme para mi vida / todas las vidas, / dadme todo el dolor de todo el mundo, / yo voy a transformarlo /en esperanza. / Dadme / todas las alegrías, / aún las más secretas, / porque si así no fuera, / ¿cómo van a saberse? / Yo tengo que contarlas, /dadme / las luchas / de cada día / porque ellas son mi canto, / y así andaremos juntos, / codo a codo, / todos los hombres, / mi canto los reúne: / el canto del hombre invisible / que canta con todos los hombre.”
Irse a acampar te da perspectiva, te da paz. Y te ayuda… de alguna forma inexplicable que excede las palabras. Las palabras las inventamos nosotros, a la Naturaleza, en cambio, no. Dulce realidad.
Hasta la semana que viene,
Brian Longstaff.-
Bibliografía
Eduardo Galeano. 1989. El libro de los Abrazos. Siglo Veintiuno Editores Argentina S. A. Buenos Aires, 2012.
Henry David Thoreau. La canción del viajero & otros poemas. Seleccionado y traducido por Eric Schierloh. Editorial Artesanal y Digital Barba de Abejas. 3ª ed. Buenos Aires, 2012.
Pablo Neruda. Odas Elementales. El hombre invisible. Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Buenos Aires. 2013.
Fotos extraídas de Google. Menos la del interior de la carpa que soy yo mismo. Y la del Hornero la modifique de 2 fotos de Google en una, con Paint.
Noel Sisî dic 17 , 2013 at 14:48 02Tue, 17 Dec 2013 14:48:52 +000052. /
los animales saben mucho, B. 🙂
Nico Catalan dic 30 , 2013 at 23:34 11Mon, 30 Dec 2013 23:34:29 +000029. /
Sos un genio!!Gracias por compartir! abrazo grande!
Sofia Federico ene 27 , 2014 at 04:07 04Mon, 27 Jan 2014 04:07:10 +000010. /
Qué boletín tannnnnnn… refrescante, reconfortante, inspirador… tan tantas-cosas! GRACIAS MILES!
Sofia Federico ene 27 , 2014 at 04:07 04Mon, 27 Jan 2014 04:07:10 +000010. /
Qué boletín tannnnnnn… refrescante, reconfortante, inspirador… tan tantas-cosas! GRACIAS MILES!
Toti Jimenez Casanova may 28 , 2016 at 01:02 01Sat, 28 May 2016 01:02:45 +000045. /
aun no se como llegue aqui pero gracias a veces me pierdo dentro de la sociedad y me vuelvo a enfermar, y cuando necesito un empujon aparecen articulos como el tuyo