Santa Rosa, La Pampa, Argentina.
Martes 14 de Abril, 2020.
Querido Alberto Fernández,
Presidente de la Nación Argentina,
Señoras y Señores Diputados, Senadores, Gobernadores Provinciales, Intendentes Municipales, Agrupaciones Sociales y Culturales, Organizaciones No Gubernamentales, Docentes, No-Docentes, Médicos, Ingenieros, Licenciados, Doctores, Estudiantes, Gremialistas, Asistentes Sociales, Productores Rurales, Productores Hortícolas Agroecológicos, Trabajadores, Madres, Padres, Ciudadanos Argentinos y Globales.
Le escribo porque ya no sé a quién recurrir para poner algunas ideas en práctica, y como el actual contexto medioambiental-económico-social-cultural mundial está llegando a un punto de inverosímil incertidumbre, pienso que no pierdo nada compartiéndole el cúmulo de ideas que vengo elaborando para sacar el país adelante con un cambio en la matriz productiva y en el paradigma cultural actual, a los fines de que esto no se siga transformando en una pesadilla orwelliana del estilo de sociedad distópica argentina de los ‘juegos del hambre’ versión latinoamericana.
Dicen que cuando uno tiene una buena idea tiene que guardarla para más adelante, para cuando pueda ser comprendida por todas, todos y todes. Sin embargo, no es el COVID-19 la única “exponencial” que me preocupa (fragmentación y pérdida de hábitat, pérdida de la biodiversidad, niveles de contaminación, detrimento de los servicios ecosistémicos, emisiones de gases de efecto invernadero, frecuencia y severidad de eventos climatológicos extremos como sequias e inundaciones, desempleo, pobreza, analfabetismo, etc.), y considero que el tiempo apremia. Yo, de por sí, ya me siento demasiado anacrónico en estos momentos de la historia, y no tengo –sinceramente- ganas de guardar una potencial extraordinaria solución a nuestros problemas coyunturales sólo porque su aplicación es difícil de llevar a cabo, o por ser tildado de hereje. Por el contrario, creo que con decisión política y mentalidad abierta, llevar a cabo estas ideas no debería ser tan complejo.
Sin entrar en detalles personales (los cuales desearía compartirle eventualmente), quisiera presentarme brevemente. Mi nombre es Brian Longstaff, tengo 33 años, soy escritor, y estaba a punto de aprobar y defender mi tesis de grado –titulada: “Educación Ambiental en Santa Rosa, La Pampa. Una perspectiva agroecológica”– para recibirme de Ingeniero en Recursos Naturales y Medio Ambiente (U.N.L.Pam.) cuando nos cayó la cuarentena y todo se frenó. Dejé Capital Federal en 2011 para iniciar mis estudios aquí, y así poder tener la etiqueta (título) que me permita fundamentar lo que escribo en sociedad. Tardé en recibirme (de hecho aún no lo hice), pues estoy en la fina línea de los que estuvieron siempre por abandonar al estar siempre trabajando para sostener mis estudios. Hice de todo, quiosco de madrugada para poder cursar, luego restaurante de noche, hasta limpié casas. Luego, me animé a comenzar a dar clases particulares de inglés, las cuales se vieron canceladas por la cuarentena. Siempre tuve la bendición de recibir alguna ayuda cuando fue necesario, familiares y amigos que confían –cual mecenas- en mis ideas, como así también por medio de becas universitarias. En paralelo a la carrera y al trabajo, desde el 2011 en adelante redacté unos 230 ensayos -mezcla de sociología y medioambiente- los cuales están publicados en ploff.net., un sitio creado con mi hermano y subvencionado actualmente por un gran amigo. Siempre quise cambiar el mundo… una vara demasiado alta que me trajo ciertos tropezones y consecuentes caídas. Entrando en mi vida adulta, y tras dos años de terapia con un inusual y singular psicólogo, comprendí a Noam Chomsky cuando dice: “Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas”. En otras palabras, no se puede cambiar el mundo, pero sí se puede contribuir a cambiarlo. Con el tiempo, pude entender también esto que Pepe Mujica, a quien Usted tuvo el placer y el honor de conocer, nos repite constantemente de que los humanos somos ‘bichos gregarios’, y que no podremos mejorar las cosas si no trabajamos en equipo.
Nuestro país lleva 200 años incrementando la intensidad agrícola tradicional, expulsando gente del campo a la ciudad, con tierras concentradas en cada vez menos manos. Nada que Usted no sepa. El tema es, ¿cómo revertimos, gradualmente, un proceso de desarrollo económico que tiene dos siglos de inercia? A cualquier político del mundo le puede parecer un imposible proponerse cambiar la matriz productiva de su país, pero Usted no es cualquier político. Pude comprobar esto con emoción cuando Usted dijo, ante las Naciones Unidas, que “el tiempo de los codiciosos ha llegado a su fin”, ¡menudo coraje! Si esto es así, entonces pronto será el momento de aplicar las ideas que aquí le comparto en forma de proyectos productivos a diversas escalas (familiar-barrial-municipal-provincial-regional). En materia de fundamentación, existe bibliografía y documentales en exceso. Si bien confío en que Usted confía en mi palabra, si quisiera puedo ampliar los conceptos aquí presentados, así como también pasarle la bibliografía que desee o remitirlo a especialistas. Existe gente mucho más capacitada que yo para llevar a cabo estas cosas, en este momento estoy oficiando de comunicador, al ‘unir los puntos y atar cabos sueltos’. Las evidencias empíricas y soluciones técnicas-académicas-científicas ya existen, sólo falta decisión política para llevarlas a cabo.
Mi idea central, es poder generar N.E.R.E.A.´s en todo nuestro país, término acuñado por quien le escribe, que quiere decir Nicho Económico Regional Emergente Agroecológico. Primero, fue un proyecto de vida personal, algo así como mi propia utopía o sueño a perseguir. Mi predicción era que el sistema mundial como tal comenzaría a colapsar entre 2030 y 2040, cambiando formas de pago, relaciones de poder, puestos de trabajo, etc. Pero ahora creo que desafortunadamente mi predicción falló y, como bien expresa cualquier ‘exponencial’, las cosas se han ido acelerando hacia el colapso ecológico. Por ende, mis planes de irme a Australia a ver cómo han aplicado estos proyectos allá (cuna de la agroecología, la permacultura, los bosques comestibles y los diseños hidrológicos de línea de base o “keyline”) y a trabajar para ganar unos dólares para poder volver a mi país e invertir se ven momentáneamente complicados por el panorama mundial. Lamentablemente, allá un mozo gana cinco veces más que un ingeniero promedio trabajando acá, y tenía el plan de fugar mi cerebro para volver después y hacer estas cosas por mano propia y para beneficio de mi país. Ese era mi plan de acción para poder responder a mi eterna pregunta de cómo cambiar el mundo, hipotéticamente hablando… es decir, hacer un proyecto de vida que sirva para poder predicar con el ejemplo, con la esperanza de una posterior replicación. Pero ahora, en cuarentena, todo se frenó… así que, combatiendo el miedo interno, seguí el consejo de Pepe de ‘irme para adentro’ y me puse a escribir, tratando de metamorfosear un proyecto personal a uno colectivo. Y es que, honestamente, me planteé hacerlo por amor al conocimiento y al prójimo, al otro, a los demás… para que esté disponible, sin importar que estas ideas sean expropiadas por otros en el futuro. Me pasé demasiados años leyendo entre libros, y hoy vivo como quien dice ‘re tirado’, y lo único que deseo es que tanta lectura sirva de algo real, concreto. En “Lo Pequeño Es Hermoso”, mi libro de cabecera, Schumacher (1973) habla del regalo del conocimiento, y es eso lo que intento hacer:
“Si hemos aprendido algo en los últimos 10 o 20 años de esfuerzo por el desarrollo es que el problema nos presenta un enorme desafío intelectual. Los que conceden la ayuda (ricos, educados, de población urbana) saben muy bien cómo hacer las cosas a su manera, pero, ¿saben cómo asistir a los que se ayudan a sí mismo en dos millones de aldeas, a esos 2.000 millones de aldeanos (pobres, sin educación, de población rural)? Ellos saben cómo hacer algunas grandes cosas en las grandes ciudades pero, ¿saben cómo hacer miles de pequeñas cosas en las áreas rurales? Saben cómo hacer las cosas disponiendo de capital en cantidad, pero, ¿saben hacerlas disponiendo de mano de obra en cantidad, inclusive mano de obra inicialmente no entrenada?
En general, no saben, pero hay mucha gente experimentada que sí sabe, cada uno de ellos en su propio y limitado campo de experiencia. En otras palabras, el conocimiento necesario realmente existe, pero no existe de una forma organizada, accesible de inmediato. Está más bien aislado, no sistemático, desorganizado y sin ninguna duda incompleto.
La mejor ayuda que se puede dar es la ayuda intelectual, un regalo de conocimiento útil. Un regalo de conocimiento es infinitamente preferible a un regalo de cosas materiales. Hay muchas razones para esto. Nada viene a ser verdaderamente de uno mismo excepto sobre la base de algún esfuerzo o sacrificio genuino. Un regalo que consiste en bienes materiales puede ser apropiado por el que lo recibe sin ningún esfuerzo o sacrificio, y por lo tanto muy raramente se transforma en algo suyo propio, sino que es tratado como si fuese un fruto caído del árbol. Un regalo de bienes intelectuales, un regalo de conocimiento, es un asunto verdaderamente distinto. Sin un esfuerzo genuino de apropiación por parte del que recibe, el regalo no existe. Apropiarse del regalo y hacerlo de uno es la misma cosa y ni la polilla ni la herrumbre lo corrompen. El regalo de bienes materiales hace dependiente a la gente, pero el regalo del conocimiento la hace libre (por supuesto si tal conocimiento es el correcto). El regalo del conocimiento también tiene efectos mucho más duraderos, está mucho más cercano al concepto de desarrollo. Dele un pez al hombre, tal como dice el proverbio, y le estará ayudando un poquito por un poco de tiempo, enséñele el arte de la pesca y el podrá ayudarse a sí mismo por el resto de su vida”.
Lo que propongo, entonces, es “organizar la información”. Un Nicho Económico Regional Emergente Agroecológico sería cualquier proyecto productivo guiado sobre bases agroecológicas y con una versatilidad acorde a la región donde se emplace, es decir, combinando con otras actividades, ya sean turístico-recreacionales, de oficio, enseñanza, investigación, etc. Imagine nuestro país, con todos sus ‘pueblos aislados’ dejados de lado por el ferrocarril y la economía mundial neoliberal, siendo re-activado por proyectos que le devuelvan el acceso a la tierra a la gente.
Tenemos productores rurales en todo el país que ya saben que no se puede seguir produciendo alimentos de la misma manera (en detrimento de nuestros ecosistemas, perdiendo no sólo la fertilidad química -solucionada momentáneamente y ficticiamente por agroquímicos de alto costo-, sino la fertilidad física de nuestros suelos, la cual no se puede recuperar con dinero en laboratorios extranjeros), pero tampoco saben cómo hacer la transición. Sus hijas e hijos fueron a estudiar a las grandes ciudades y pronto heredarán campos degradados inmersos en una realidad rural que desconocen. ¿Qué sucederá con esos campos? No quisiera que se vendan al mejor postor, lo cual siempre fue así, en beneficio de los grandes pooles de siembra que fugan divisas de nuestro país. La agroecología plantea sistemas robustos y heterogéneos que no dependen de mágicos “packs” de insumos (agrotóxicos, que a su vez ya están relacionados al cáncer por médicos e investigadores cordobeses, pero esa Verdad no es el eje central de esta carta) pero que son sistemas más complejos de manejar. Pero en vez de ver esto como algo negativo, debemos verlo como una gran oportunidad de generación de empleo genuino. En efecto, 5.000 ha. de soja monocultivada pueden ser manejadas con dos peones de campo (término que debemos cambiar, ya que son más bien la Reina de este entramado), pero un sistema agroecológico necesita de más personas para manejar espacios más pequeños y biodiversos (si bien ya existen trabajos científicos que demuestran que los conceptos agroecológicos pueden ser llevados a grandes escalas). Es decir, para asegurar la soberanía alimentaria de nuestros pueblos, produciendo alimentos sanos con mayores rendimientos en el mediano plazo que los sistemas convencionales, necesitaremos generar más puestos de trabajo genuinos. Imagine pasantías o proyectos impulsados por egresados de nuestras universidades en conjunto con los municipios correspondientes, gente que tiene el conocimiento pero no el acceso a la tierra, elaborando planes de acción en conjunto con productores rurales de mentalidad abierta para iniciar una transición.
Y, ¿por qué digo tan reiteradas veces “transición”? Porque, a futuro, cualquier manejo integrado de ecosistemas deberá basarse en la progresividad, uno de los principios de política ambiental de la Ley Nacional 25.675, “Ley General del Ambiente”, que alude al gradualismo con el que deben abordarse los objetivos ambientales como los que aquí le presento para imaginar un real cambio en la matriz productiva nacional (por supuesto que el “principio precautorio”, por sí sólo, debiera ser el justificativo moral y ético suficiente para dejar de accionar como lo estamos haciendo, pero desgraciadamente esto no sucede así).
Ciertamente, no podemos exigirles a los productores rurales que cambien el 100% de su producción agrícola convencional a una agroecológica de la noche a la mañana. Pero sí se puede, por ejemplo, comenzar desde los más excesivamente-grandes productores (aquellos que acumulan de a decenas de miles de hectáreas), e ir sumando luego a los grandes y medianos productores, y exigirles incorporar proyectos agroecológicos en el 5% de sus tierras. Proyectos impulsados desde las Municipalidades, coordinados por profesionales y egresados que posean este nuevo paradigma de pensamiento acerca de un verdadero desarrollo sustentable, con mano de obra no necesariamente calificada (ya que la agroecología y la educación son dos conceptos simultáneos y complementarios; se aprende haciendo). Verá, luego de 5 años, está comprobado que estos sistemas equiparan y superan en rendimientos a los sistemas tradicionales. Y si bien esto es real, los productores no disponen de una libertad financiera que les permita esperar 5 años por esos rendimientos. A esto le podemos sumar el inconveniente hecho de que el cargo de los que debieran impulsar estos cambios dura 4 años, lo cual dificulta aún más las cosas. Por ende, si fuésemos incorporando el 5% del terreno a una conversión a la agroecología, al cabo de 5 años ese mismo productor habrá recuperado y mejorado sus rendimientos y podrá incorporar otro 5%, llegando a un 10% manejado agroecológicamente: la mitad con un sistema ya robusto, y la otra mitad con un sistema en transición. Al mismo tiempo, otros productores comenzarían, desfasados, a incorporar su ‘primer’ 5%. Y así sucesivamente…
Imagine: una “sucesión ecológica” solapada y gradual, manejada como país de manera integral, nos permitiría mantener los rendimientos altos a lo largo de todo el proceso (la sumatoria de los rendimientos de todos los lotes de un campo, ‘absorben’ las pérdidas iniciales del lote que está siendo transicionado a una forma agroecológica de producción), al mismo tiempo que nos estaríamos adelantando a los cambios que tarde o temprano todos los países deberán asumir, posicionándonos nuevamente en el mercado mundial, pero con una ventaja competitiva que no posee valor de mercado (aún): una Naturaleza sana. Siguiendo con el ejemplo, y al cabo de 15 años, tendremos productores con el 15% de su terreno manejado agroecológicamente, con parcelas que hace 10 años ofrecen buenos rendimientos, mientras que habrá otros productores con el 10%, otros más medianos que comenzaron en el décimo año con su primer 5%, y así, sucesivamente, hasta lograr una reconversión de la matriz productiva. Por supuesto que estoy proponiendo un proyecto nacional (y popular) que podría tomar entre 50 y 100 años en realizarse, pero con los ‘igual de tantos años’ que estamos endeudados con el F.M.I., bien podríamos intentarlo, si bien habría que exiliar a empresas como Monsanto, por nombrar sólo una, por unos años, ya que seres humanos empoderados agroecológicamente de sus alimentos no necesitan de sus productos. Para un plan de país así, creo que la agenda ambiental debería ser transversal a la agenda política, es decir, la protección del medio ambiente y la manera en que nos desarrollarnos económicamente en él deberían trascender a todo partido político, y estoy seguro de que Usted está de acuerdo con esto.
El contexto mundial actual amerita soluciones prontas y novedosas para resolver los problemas ambientales desde un pensamiento diferente al que nos trajo a estos problemas (parafraseando a Einstein). Cuando salgamos un poco de toda esta pandemia (la cual aún no sabemos cuánto tomará), tendremos la difícil tarea de recuperar la cohesión del tejido social perdido, generar laburo y comenzar a ser pioneros (y un ejemplo a seguir) en materia de producción de alimentos. No podremos seguir siendo ‘el granero del mundo’ produciendo de esta manera. El dinero para impulsar estos cambios existe, pero está mal distribuido. Bastaría con castigar impositivamente a las empresas que más contaminan, o subir el 1% de las retenciones de las actividades más extractivistas, o incluso reducir el salario de algunos cargos públicos, en especial de los jueces, para luego crear un ‘Fondo Agroecológico Nacional’, administrado por el o los ministerios pertinentes y, sí o sí, con asesoramiento profesional calificado. Desde aquí, los gobiernos provinciales tendrían el dinero para unir a los municipios con los productores rurales, con los profesionales pertinentes y con los ciudadanos desempleados que hubiesen, para llevar a cabo proyectos agroecológicos que combinen no solamente la generación de huertas, sino también otras actividades como la apicultura, la cría de aves de corral, los bosques comestibles y sistemas de pastoreo innovadores como el ‘silvo-pastoreo racional Voisin’, conocido como S.P.R.V., tan provechosamente incorporado por Uruguay en los últimos años. ¿Y si los productores no quisieran cooperar? Pues bien, siempre se puede pensar en avanzar, por decreto, sobre terrenos fiscales. Todo este largo proceso que planteo, bien podría ser considerado una especie de experimento sociológico de re-inserción de capitales a actores sociales clave para la re-activación del país.
Aquí en Santa Rosa ocurrió algo sin precedente. Cuando se cerraron las fronteras interprovinciales, el intendente Luciano di Napoli sacó un comunicado diciendo que la Municipalidad compraría toda la producción hortícola a los productores locales, a los fines de abastecer a las verdulerías de la zona. Si esto no es ya un justificativo necesario para comenzar a brindar tiempo, energía, dinero y recursos humanos a buscar soluciones nuevas, entonces ya no sé qué sería. Porque si hay un colapso que me preocupa más que el colapso económico, es el colapso ecológico, porque de él depende todo lo demás. Es sabido que la vida en la Tierra seguirá sin problema, pero no así la vida humana en sociedad tal como la conocemos, y en ese futuro probable no habrá ni nacionalismo, ni P.B.I., ni F.M.I., ni O.M.S., ni N.U., ni tasa de cambio, ni nada que nos salve. Como futuro ingeniero, es mi deber no ser catastrofista, sino realista.
Bruce Charles Mollison (biólogo, investigador, científico, profesor, activista y naturalista australiano), creador de la “Permacultura” -entendiendo a esta como una Cultura de la Permanencia-, sostenía que para prepararnos para el colapso del capitalismo, debíamos aprender a plantar, crear un vínculo con la tierra, desarrollar habilidades prácticas, buscar grupos de apoyo mutuo, simplificar nuestras vidas, separarnos de las lógicas consumistas, comenzar a intercambiar, almacenar, multiplicar y diseminar semillas criollas y “reconocer que la vida será mucho mejor después. Sólo estamos en transición”. Pensar en Nichos Económicos Regionales Emergentes Agroecológicos conjuga todas estas sugerencias. Espero que Usted pueda ver esto también. Creo que la ciencia da buena fe de que el colapso de los ecosistemas es un proceso que comenzó con la revolución industrial, y que, por ende, el colapso del capitalismo será inminente, y con él, cambiará el mundo entero. Como argentinos, podemos ver esto como una amenaza, o como una gran oportunidad.
Mi madre, hace unos días, me mandó la siguiente frase: “Cuando Isaac Newton fue puesto en cuarentena en 1655 debido a la peste bubónica, él aprovechó su tiempo para inventar el cálculo, desarrollar su teoría sobre la óptica y formular las leyes del movimiento y la gravedad. Pero no se sientan presionados, sigan viendo Netflix”. Espero, con esto, haber pagado algún diezmo a la sociedad.
Le deseo templanza, serenidad, coraje moral, buen juicio, fuerza y cariño para esta etapa que comienza. Sé que podrá pilotear sabiamente nuestra arca.
A su disposición, lo saluda atentamente,
Brian Longstaff.-
DNI: 32.553.538
Pd: Se me ocurre 1 Proyecto de Base de Libre Expropiación. Haciendo click aquí.
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