Mediocridad Laboral
“Mi vida ha sido el poema que habría escrito
Pero no pude vivirlo y escribirlo al mismo tiempo”
“NATURALEZA (…)
Dame para hacer algún trabajo tranquilo y que sea a tu lado”
No existe tal cosa como la mediocridad laboral, el tener un laburo mediocre. Todos ponemos nuestro tiempo en poder intercambiarlo por un mango para pagar nuestros diversos estilos de vida. Ese, es nuestro común denominador con el canillita y el oficinista… la necesidad de generar un mango… Cabe preguntarse si existe virtuosidad en tal necesidad, o si es ella misma la que encarna la mediocridad. Tener que dejar de hacer lo que uno ama por ir a cumplir esas horas de sacrificio, es una aptitud mediocre del sistema social que nos va permeando de afuera hacia adentro a medida que crecemos, cuando debiéramos poder lograr permear la realidad de nuestro propio potencial de adentro hacia afuera.
Tenemos personas que escalan la cumbre de los cargos administrativos con el único fin de apuntalar y asegurar una zona de confort palpable en bienes y servicios garantizados para el tiempo futuro. De repente, tras años invertidos en el ascenso de esa cumbre altísima y nevada del mundo empresarial, nuestro alpinista-oficinista llega a una cueva oscura en la cima; al entrar, se despliega frente a él una larga mesa ovalada con sillas de cuero más caras que el mismo alquiler de los que intentaron subir la cumbre pero cayeron al pie de ella para rebuscárselas de alguna manera. Sentados en ellas, personajes extraños, expresiones con músculos faciales que jamás había visto, y charlas con sonidos guturales y papas calientes en la boca…
Llegar a ser parte de la junta directiva de una empresa es la ambición de muchos. En el camino, el querer sentir seguridad (material, económica, de status) se convierte en vicio, y como todo vicio, para saciarlo, uno hace cualquier cosa. En el mundo laboral, no son siempre las habilidades y capacidades innatas de los individuos las que lo elevan de resto, sino diferentes oportunidades en las que, directa o indirectamente, adrede pero a veces sin querer, se pisa el laburo de otro en una tormenta competitiva.
Lo interesante es cuando, tras años absorbiendo hacia adentro todo el stress que conlleva esta guerra silenciosa por sobrevivir, uno llega a esa posición a la que siempre aspiró, pero caen los mercados en China del otro lado del mundo, el mazo se vuelve a mezclar y las cartas se vuelven a barajar, y a uno lo despiden de un día para el otro diciéndote: “te tenemos que dejar ir…”. La chopadora de carne humana que vi de chico en la película de “Pink Floyd The Wall” era más real de lo que la profecía auditiva nos prevenía años atrás, si bien parece que los que lo escuchaban no comprendieron el poder del mensaje y lo real de lo que se les venía encima en unos años… Permanecen “confortablemente entumecidos” por habérselo tomado literal y no motivacionalmente.
¿Qué hice de mi vida mientras laburaba para otros? ¿Estuve explotando y ampliando mi verdadero Ser durante ese tiempo? Gané unos mangos pero, ¿aprendí a ser una mejor persona en el proceso o acaso me volví más egoísta? ¿Ayudé a otros en el proceso… o sólo a los míos?
Cabe preguntarse, si en el lecho de mi muerte va a haber valido la pena el desgaste, la fricción espiritual y el letargo mental del mundo laboral. El viento responde, sacándome de mi línea de pensamiento al pegarme en la cara… me susurra… por supuesto que no…
Todo cambia, y no hay forma de asegurar estabilidad alguna para el futuro, porque la vida tiene siempre sus giros imprevistos; nada sale nunca exactamente como uno quiere, e intentar ir en contra de esta verdad es un sinsentido. La “Carrera de Ratas” (el “Rat Race” de Bob Marley) es precisamente el girar y girar y correr y correr por lograr “el laburo seguro”, cuando nunca puede ser así. Más que controlar el futuro, debemos cultivar la flexibilidad hacia el futuro. Uno se adapta, y la estabilidad laboral, con el tiempo (y cultivando los pensamientos correctos), se substituye por una estabilidad emocional.
La multiplicidad de estrategias laborales para salir del paso nos demuestra que existe, a fin de cuentas, tan sólo el hecho de vender mi tiempo de calidad a cambio de tiempo cuantitativo intercambiable por dinero para cubrir mis gastos. No hay motivos para pensar que un laburo nos asegura la felicidad. Ser felices debiera ser independiente de nuestro laburo. Ser felices con nosotros mismos primero, para luego sí, buscar alguna forma de sacarle un mango al sistema fluyendo con nuestra felicidad. Pero no depositando de antemano la felicidad en un laburo que estoy intentando conseguir. ¿Se comprende la diferencia? Otra vez, ser felices persiguiendo, y no perseguir el ser feliz. Porque la felicidad es un estado mental, y no algo concreto a obtener. Si somos felices con lo que somos, si nos amamos y emanamos buena vibra de adentro, seremos felices ejerciendo cualquier laburo, y el ejercimiento de ese laburo no será para nada mediocre, sino realizado impecablemente desde el corazón. De lo contrario, siempre estaremos sintiendo que hay algo mal en nuestra vida, una astilla clavada en algún pliegue del cerebro… enquistándose ahí, sacándome el sueño.
Cierro el cuaderno, me late la cabeza. Estoy escuchando tres voces sobrenaturales solapándose entre sí; las tres voces entran por la ventana ondulando hacia mi conciencia. La primera, es una mezcla de sapucai con un firulín sonando psicodélicamente (el afilador vendiendo sus servicios). La segunda voz, más siniestra, viene desde arriba; una avioneta con un sospechoso ratón Mickey exhortando a los niños a decirle a sus “papis” que los lleven al circo. La tercera, una voz transmitiéndose desde una F-100 vieja en movimiento acercándose desde la esquina con un megáfono viejo adosado arriba. El sonido es el de una voz dentro de una radio vieja, metida adentro de un baño lleno de vapor de agua llenando el aire, debajo de una alcantarilla de una ciudad subterránea, que sonaba algo como –cjjjKILOOooo-jjdddd–pÁpÁÁÁ—/Tá-peeesso!!
Donde termino de identificar todo (dándome cuenta de la cantidad de información que me invade y que no siempre llego a filtrar correctamente, lo que termina en una breve irrupción de pánico, tensión y preocupación que no me deja senti-fluir), suena el timbre y mi celular a la vez; camino hacia el portero, agarro y atiendo mi celular y el portero al mismo tiempo y de ambos auriculares escucho discursos repetidos hasta el hartazgo. El amable vendedor ambulante de unos cuarenta y tantos años, ofreciendo desodorantes y perfumes de segunda mano a todos los inquilinos del edificio al mismo tiempo, su mano posada sobre todos los timbres a la vez; y del otro lado la extremadamente joven optimista de telemarketing llamándome desde anda a saber dónde y desde qué zona horaria –su tonada no es de acá (¿qué es acá?)-, y tras no se cuentas horas trabajando.
Recuerdo a mi hermano y sus años de telemarketer ahorrando para tomarse el palo y seguir sus sueños por otros lugares donde el pasto sigue siendo igual. Volvía desgastado y de mal humor a casa, a cualquier hora, cubría francos, laburaba feriados y fines de semana (como tantísima otra gente); volvía enajenado y alienado de sí mismo por el mal trato que recibía por teléfono intentando resolver los caprichos y algunos problemas reales de la gente. Volvía roto y se desplomaba en la cama… No me entiendo cuando me pongo de mal humor con la experta insistencia con la que obran estos vendedores, siendo que mi hermano tuvo que atravesar por ese martirio para eyectarse de acá. Sin embargo, me enervo, y digo, severamente, No, Gracias, y cuelgo ambos dispositivos de comunicación. Me desplomo en la cama…
Para esta altura, se me forma una especie de migraña al pensar en tanta gente vendiendo cosas. TODOS LOS TRABAJOS están implicados directa o indirectamente en comprar y vender. El médico y las farmacéuticas, el camionero y las petroleras, el arriero y el feedlot, el peón de campo y los agroquímicos, el oficinista y una sarta de sarasa, el vendedor de hamburguesas vegetarianas, las cuales almuerza el oficinista, el profesor de inglés y su tiempo hablado, el que cierra tratos con empresas navieras, o reparte el correo, o conduce un bondi o un jet privado; es lo mismo… todos haciendo algo para salir del paso y de repente la vida se fue río abajo.
Por lo que, a fin de cuentas, tener un laburo mediocre, depende de si uno lo siente como tal, porque si uno es feliz haciendo lo que hace, entonces, todo su accionar se vivifica y se dignifica, siendo puro de adentro hacia afuera. Suena fácil, y realmente lo es… tan sólo es difícil si nos dejamos atemorizar por las estructuras de pensamiento que nos vinieron de afuera hacia adentro.
Lo que sí existe, son otras formas de mediocridad, estilos más pedantes de mediocridad… como la mediocridad en la docencia, que se aparece en la forma de docentes que desagotan su falta de autoestima y amor propio tomando posturas autoritarias sobre el pensar creativo del alumnado con tal de saciar el vicio de sentir que tienen algún tipo de poder. Y el rebaño sigue la carrera profesional que la institución le marca… convenios, pasantías, y adentro otra vez al ciclo. Profesores prehistóricos, de mucha presentación en power-point con muchas definiciones de libros, pero poca profundidad de pensamiento y una falta absoluta de inteligencia emocional.
Una especie de mediocridad de liderazgo, que se extiende desde el sistema educativo hasta el mundo laboral. Jefes que no saben liderar desde el coraje sino desde el miedo y la sumisión impuesta a sus empleados por ser propietarios temporarios de sus salarios. Directores con una mediocridad moral en absolutamente todas las instituciones.
Nuestro alpinista-oficinista observa la desidia en la mirada de las personas sentadas a lo largo de la mesa ovalada. Siente todo como mímica, como farsa. Y siente que no es bienvenido desde el momento en el que termino el ascenso a la cima. Lo ven como competencia, lo prejuzgan (pre-juzgan) y lo observan cómo alguien que les quitará poder, por lo que algunos optan en bardear y otros en caretear. Nuestro amigo ve su futuro, dinero y mercancías, y sabe que para cuando se dé cuenta, no se podrá zafar… y será uno más de ellos.
El que falla, y el que es exitoso dentro del capitalismo, tiene el mismo trágico final: la depresión, consumada en un montón de diferentes síntomas, todos con diversas prescripciones médicas y pastillitas encapsuladas de colores para mantener el existencialismo de nuestras vidas a raya; depresión, por no poder emanciparse del sueño colectivo en el que están metidos. El que falla añora la vida de alguien a quien, si le preguntan, no puede frenar ni bajarse del tren. Conozco varias personas metidas tan adentro del ciclo del consumo, que sostienen una vida de altísimos ingresos y altísimos gastos, por lo que laburar menos está fuera de todo cuestionamiento (tener la oportunidad de patear el tablero y empezar desde cero otra vez con el lienzo en blanco, es una bendición, o más coloquialmente, lo mejor que te puede pasar la vida pasados los cincuenta años, si bien no debiera ser tan así, puesto a que podemos re-inventarnos todos los días y cuantas veces queramos)
Y sigo con la analogía del alpinista-oficinista… porque hay algo más. ¿Qué pasa si quiere irse por cuenta propia de esa mesa, salir de la cueva y emprender el descenso de la montaña por otro sendero, sinuoso, colorido, arbustivo, y disfrutar de ese descenso? Se aleja de la tormenta por cuenta propia y va bajando. Los que lo esperan abajo, siguen renegando y deseando ciegamente subir y lo toman por loco, por querer bajar, por querer volver a sus raíces. Pero él, pacientemente, les cuenta que no se pierden de nada allá arriba, tan sólo la locura ilógica de privarse uno mismo de tener un poco de tiempo para leer un libro, llamar a un amigo o ir al río a contemplar el agua pasar.
Nuestro personaje, calmado por la belleza del paisaje del descenso, intenta explicarles que cuando una persona se encierra en sólo querer llegar a la cima, se mete en una nube de la que le cuesta salir. Tiene horarios, responsabilidades y roles que cumplir de los cuales ya no se puede desligar (¿por qué no puede? No lo sé, ni él lo debe saber). Y es ahí cuando los verdaderos problemas internos van apareciendo, porque buscamos redimirnos a través de mil formas distintas y, sin embargo, no nos sentimos redimidos en absoluto. Nos vamos de vacaciones a lugares estrambóticos, nos compramos cosas y consumimos despilfarrando para mostrarnos hacia el mundo… para mostrarnos, en vez de observarnos a nosotros mismos). No nos llenamos, porque todos los métodos que usamos para relajarnos son meros parches, simples escapes, placebos expirados antes de ser usados…
“-¿Qué significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué representa el ayuno? ¿Qué se pretende al detener la respiración? Se trata sólo de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el arriero en el albergue cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces, ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha logrado una breve narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddharta y Govinda después de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no-yo”
Y en eso se nos va la vida a muchos seres humanos. Trabajamos a pleno y nos auto-convencemos con mini-escapes de nosotros mismos, y ni nos esforzamos por tomar la vida al viento y dominar nuestra actitud de impecabilidad para con la vida e impulsarnos a realizarnos a través de superar las barreras que nos atan. El alpinista y futuro artista pluralista desciende de la montaña. Ya se hartó de intentar ir hacia arriba a construir castillos en el cielo. De la misma manera, una nueva generación despierta, una camada de seres humanos que no quieren vivir para trabajar. Esa fuerza pulsa fuerte para arriba y llega a las generaciones que los precedían, bañándolas con una nueva luz…
Algún padre utópico abre la puerta de salida del edificio vidriado y pulido, decidido, y exclama a sus hijos: Me harté de querer reinsertarme en el mundo laboral. Me vuelvo a casa a rebuscármelas (ningún laburo es mediocre, sólo existe la mediocridad de pensamiento y eso se extirpa de raíz) y a estar con mamá para ayudarla en casa y volver a conectarme conmigo mismo para volver a empezar. Voy a escuchar mis discos viejos y volver a soñar…
Los hijos de la nueva generación escuchan atentos, y sonríen, a sabiendas de que nunca existió tanta sanación familiar en todo el planeta, en toda la historia de la humanidad.
Ahí va, ¡me salió! De frente mal…
Brian Longstaff.-
Bibliografía
Los poemas de apertura son de Henry David Thoreau, escritos entre 1837 y 1845. La cita de Herman Hesse es de Siddharta, de 1968. Las imágenes son de la película de Pink Floyd The Wall, hechas por Gerald Scarfe, salvando la primera que fue extraída de Google. El boletín, fue bajado de andá a saber dónde…
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