Yacá, terapEa-estoica.
Estos meses –pero en este Abril trascendido con un otoño que se cayó al suelo-, estos años, estas vidas, en este hemisferio, parado encarando al frente frío que viene garlopeando desde el sur, son tiempos de absoluto tiro oblicuo procesual. Me refiero a que muchos de los procesos que elegimos autocríticamente atravesar, que lanzamos en diagonal hacia arriba, arrojándolo al cosmos y a su economía divina, están en su punto más alto y volador. El momento donde deja de subir, se queda suspendido en el aire por unos instantes de libertad, y luego comienza a bajar.
Soy humano. Me permito que reviente la vena interna que soporta la presión de mil maniqueos de fuerza coercitiva autoboicoteante. Ese es mi –quizás, nuestro– proceso. Callar el maniqueo que alguna vez leí como diálogo interno en Castaneda.
Soy humano, y cuando camino, no le esquivo a la hojarasca. Camino sobre ella y la escucho crujir. Me relaja, me hace percibir mi propio peso, mi masa, mi espacio, mis células, mis tejidos y órganos, el laboratorio completo de mi cuerpo andando sobre la faz de la Tierra.
Crezco, maduro, me la pongo, de frente al suelo.
Veo, amplio, me propongo, llenar el vacío.
Siento, sonrío, no rezongo, me elevo del suelo.
Como cuando medito, si es que lo logro,
Que me voy del cuerpo,
Que estoy en tres lugares a la vez,
O que me desintegro de brasa en ceniza.
Escapar del tiempo y del espacio sirve sólo para recordar que no existe Nada de qué escapar. Es un cliché decible: sólo escapamos de nosotros mismos… Vivir el instante, el otro cliché (de vivir en el presente, en el ahora), no es un martirio si te sentís en armonía con quien sos. Si tu Yo es Uno con el reflejo hacia afuera, si sos vos mismo, podes brillar. No una Imagen hacia afuera careta, sino ser uno mismo. Sencillito, ser auténtico, real, genuino; y que lo que salga de tu boca se correlacione con los actos.
Al principio, si… lo es… es un martirio vivir el instante presente, puede ser un sufrimiento terrible… Es como ser un adicto, a lo que sea, y estar en recuperación, solo que la droga dista de ser química, sino que es más bien emocional y mental. Nos volvemos adictos a nuestra manera de pensar y sentir, y nos quedamos recalculando la interpretación de lo que ocurre si se sale del marco de tu propia ética, valores morales, amor propio y al prójimo, o como quieran llamarlo.
Y para poder salir de ese momento-piiiiiiiiiiiiiiiii-constante y reverberante dentro de la cabeza, de desconcierto absoluto, obligarnos a vivir el presente es una forma abrupta, real eficiente, y –al principio- literalmente dolorosa, de confrontar tus patrones de comportamiento y salir Adelante. A veces la presión interna es en el pecho, otras veces en el plexo, otras veces perpendicularmente a lo largo de todo tu cuerpo. Duele, confrontar tus patrones de comportamiento, duele más allá de lo físico. Te transmuta; el producto de llevar tus células al borde del acantilado y amenazarlas con una explosión de delirio y stress, es que tu cuerpo entero y tu mente pegan un salto agarrándose miedosamente de la mano del alma hasta reacomodarte, anclarte, y fijar tu punto de encaje.
Pegas un salto estoico. Y aprendes a que nada te importe. No por superioridad, ni por apatía, ni por herejía ni por ser una especie de ermitaño desconectado. Sino porque a fin de cuentas, absolutamente Nada importa más que lo que te importó a vos. Entonces es un giro grande en la historia, cuando te empezás a replantear para quien o hacia donde direccionaste tu energía durante todo este tiempo. ¿Caigo yo dentro de la ecuación de ese cálculo? ¿Invertí tiempo en ser feliz, o sólo perseguí metas no necesariamente personales?
Romper la crisálida es un primer paso. Aprender a volar, el siguiente.
Vivir al extremo el aquí y ahora –el “yacá”– te deja en jaque, al ponerte un espejo adelante y mirarte de frente y decir: ¿Ah, sí? ¿Y por qué pensas así? ¿De dónde viene ese pensamiento y qué vas a hacer con él? Ahora bien, si el aquí y ahora es OBLIGATORIO, es decir, si me lo impongo como terapia extrema –terapEa- de mí mismo, el camino es más difícil, pero se templa el poder de la voluntad, de Tu voluntad… Pensalo bien, en su simpleza (vivir sólo solamente el momento presente), está su dificultad. La mente no puede con algo tan sencillo; y le tiene que buscar la vuelta y pensar, p e n s a r, p e n s a r.
El instante es una lluvia ácida psicotrópica para los sentidos. Obrar, accionar, hacer, en medio de la tormenta de colores, olores y visiones que hay en el yacá, es una forma interesantísima de aprender a hacer todas las cosas como un acto meditativo. Y cuando logras hacer eso, templas tu voluntad, tu serenidad, tu silencio, tu accionar, todo… Todo, y sin hacer nada más que frenarte, en seco.
Lo que pasa, la parte complicada que cuesta soltar, es saber que lo que está más allá del aquí y ahora, son cosas que no se pueden cambiar. Ni el pasado, ni el futuro, son plastilina moldeable a la mano; simplemente no son nada. Aceptarlo te atormenta cualquier domingo gris de otoño. Esos días en que salís al patio, miras para arriba y hay una espesura blanca y gris con aire cargado de humedad. Recuerdo el día en que se venía la tormenta.
El Sol se ponía, invariablemente, en el oeste, alumbrando con una luz cálida a un rebaño de nubes que se acercaban desde el este. Recuerdo qué pensé en ese preciso yacá: si las nubes que crecen como explosiones bajo el agua para arriba, pueden contener una cantidad tremenda de humedad, entonces, ¿qué me hace pensar que yo no puedo contener y aguantar una cantidad tremenda de desidia y actos de indiferencia incompasiva de quienes conviven conmigo en sociedad? ¿Qué me hace pensar que yo no puedo cuidarme e ignorar a quienes ignoran?
Tenemos ese superpoder… de autosanarnos de cualquier cosa –como también autoboicotear cualquier cosa-, pero no siempre elegimos usar ese superpoder. En cambio, nos quedamos en suspensión y no reaccionamos a nuestro letargo vital. Traerte al Hoy, despabilarte los sentidos con un subidón de percepción, producto de una atención consciente en todo lo que me rodea, cualquier mecanismo, cualquier conversación o ave de color; estar en Tu constante yacá es parte de despertar y usar ese superpoder. Es que, así, la vida transcurre como un track infinito de cuencos tibetanos.
El aquí y ahora, el yacá, infiltra y percola a Tu propia profundidad.
Somos, hay que decirlo, el cliché de nosotros mismos.
Yendo hacia Adelante perpetuando nuestras mañas, errores, percepciones.
Momificando nuestra manera particular de ver al mundo.
Cada uno siendo, así, su propio paradigma.
El colmo, es que no nos guste el producto de lo que somos.
Y más patético aún: que nos quejemos, cuando sabemos que –ser así- es nuestra culpa.
En este sentido, si quisiera realmente ayudar a fortalecer una expresión vívida, tangible, de la conciencia planetaria, no tengo que remar en contra de la corriente intentando hacer un aporte hacia o para la conciencia planetaria, aspirando a logros o metas o hasta incluso algún delirio de grandeza. Nada de eso importa al morir; nada… más que vivir. Si quiero hacer un verdadero aporte, sutil pero eficaz, a la conciencia planetaria, debo hacer un aporte por mí mismo, y nada más que eso. Preocuparme por mí, no egoístamente, sino desde el punto de vista de hacer un aporte significativo a mi propia evolución como ser humano y enfrentar mis mambos existenciales.
¿Y qué puedo hacer?
¿Cómo hago para traerme al aquí y ahora si soy un adicto al pensar?
<< Adicto-al-pensar >>
– Un verdadero bajón.
– Un lunático sociabilizado.
– Un lobo volviendo de su estepa imaginaria.
¿Cómo hago?
Si no sé cómo, salgo a caminar de noche, a aullarle a la Luna, con un frío tremendo, pero no importa. Respirar de noche y que te salga humito de la boca por el frío, y verlo a contraluz con un foco amarillo de la calle es un espectáculo otoñal baratísimo que suelo elegir disfrutar saliendo, precisamente, a caminar. Y recuerdo, el palabrerío que se me vino a la mente cuando doblé en una esquina y me interceptó la Luna, naciendo finita desde el horizonte. Ya se había vaciado en Luna Nueva, y ahora estaba queriendo volverse a llenar, como todos nosotros… Se levantó un viento persuasivo y se me vino en forma de frases casi-sueltas:
Salto desvinculante al olvido,
al ya se te va a pasar; al ya pasó–yacá.
El inexorable avance lineal del Tiempo.
El desmenuzamiento del recuerdo.
Polvo levantado y arremolinado
Por el viento y la Luna como uña
Naciendo, queriendo nacer.
Expirar, inspirar, inhalar, exhalar, vaciarte,
Dejar secar, ventilar, para luego,
Llenarte, emigrar, exiliarte,
Pero sin moverte del lugar.
Encajáte.
Me encajo, me relajo, y me vuelvo a preguntar, ¿cómo hago para dejar de pensar?
Traté de volverme muy práctico en todo esto. De encontrar maneras fáciles de dejar de pensar. Fáciles pero profundas. Y encontré dos formas… Encontré cierto resguardo en un perro, llamado Atila y en un bajo acústico, el cual es innombrable. Dos cosas de las que me privé toda mi vida, tocar un instrumento y ser amigo de un perro.
Por un lado, creo que el pensar demasiado viene de la mano con desconectarse o alejarse del niño interior que tenemos dentro nuestro; el que sonríe con todo, cuestiona todo y se brinda cualquier tiempo y en cualquier momento para jugar. Ergo, empatizar con un perro es empatizar con otro ser vivo de características especiales. Los felinos son sagaces, astutos, medidos, mártires, vehementes, estoicos, serenos, pacientes, sigilosos y silenciosos.
Pero los perros son una bola de emociones y amor, tal como me definió mi hermano mayor, aunque en algún punto me olvidé de jugar. Los perros son una explosión constante de buen humor y ganas de vivir. Sin importar qué tan temprano me levante, ni bien me reincorporo del sofá que tan amablemente sucumbió mi Abril, Atila viene corriendo y me salta encima exaltadísimo. Cada día, no importa el clima, él tiene la energía a flor de piel, una flor de tina repleta de energía que no sabe para dónde direccionarla y la termina tirando a chorros para cualquier lado. Me costó aceptarlo como es, pero no tardé en entender –efecto espejo– que lo que me irritaba de él, era en realidad mi propia irritación para conmigo mismo por no poder jugar así, ni estar sonriente así como él…
Así que ahora charlo con los perros. Critíco los hábitos alienantes y descorazonados de los seres humanos junto con ellos, hablamos de existencialismos, pero a sabiendas de que es todo retórica, y nada más que eso. Cocino, y me acompaña. Leo o escribo en el patio atemporal y me acompaña. Vuelvo a casa, y ese Ser está feliz de verme, y me dejo infiltrar por esa felicidad.
Por otro lado, el bajo. La verdad es que el músico en mi familia es mi hermano, él tiene la magia de hacer música con lo que sea. Mis instrumentos siempre fueron la birome, el papel, y la calculadora. Sin embargo, sé que para los chamanes, la realidad es un sueño, y la realidad está compuesta por sonido, por vibraciones, por ondas.
Sólo poner un dedo sobre esa cuerda ancha me hace imaginarme un cascote cayendo en una laguna de aguas calmas, impactando y emanando ondas circulares a lo largo y ancho de la superficie bidimensional del lago; solo que del bajo emana una onda esferoidal que se agranda tridimensionalmente cubriendo Todo, el aire, mi cuerpo, mis chakras, tus chakras, rebotando en la mueblería, todo en un instante, todo en un constante aquí y ahora sostenido por la reverberación de la cuerda y el aire, cada dedo impactando en una cuerda, un yacá nuevo, infinitesimalmente real, instante a instante.
El bajo me representa eso…
Quedarme en algún yacá y no pensar.
Estoicismo Zen.
Aprender a mantenerme sereno en la adversidad.
Disfrutar, del paso del tiempo, y no padecerlo.
¿Y mientras tanto? ¿Qué le pasa al planeta mientras toco el bajo y charlo con Atila…? Probablemente lo mismo que ocurría meses atrás cuando hacía propia la supuesta misión de cambiar el mundo y luchar por la revolución de nuestras conciencias. Delirios de grandeza, si se cree que podrá uno lograrlo sólo.
Recuerdo y me refugio en el consejo de Milan Kundera: “la misión es una estupidez. No tengo ninguna misión. Nadie tiene ninguna misión. Y es un gran alivio sentir que eres libre, que no tienes una misión.”
El país se sigue yendo inescrupulosamente al pingo, los ecosistemas siguen estresados y cada vez está más presente esta sensación –que nunca se fue– de que las cosas están mal. Pero hay que saber volver a confiar y delegar. Esto quiere decir ABRIRTE un poco y encontrar mimetismos entre esa misión que martirizaste y la misión de otras personas. De esta forma compartís responsabilidades y te liberas del peso de creer que estás luchando sólo, construyendo castillos en el cielo.
De la misma forma en que Brian Johnson canta, al frente de la legendaria banda australiana ACDC, “For those about to rock, we salute you!” [A aquellos a punto de rockear, ¡los saludamos!] como un saludo y muestra de respeto y reconocimiento a aquellos que rockearían después de ellos, yo me lo imagino reversionado a un poderoso “For those about to be true and stand for the Earth, we salute you!” [A aquellos a punto de ser verdaderos y pararse a defender la Tierra, ¡los saludamos!], como un grito cansado de alguien que recibe su relevo en la mitad de la noche con humito saliéndole en cada respiro, formando formas danzantes en la noche. De alguien que sabe que puede irse caminando a descansar al despuntar el Sol, mientras otros siguen con peregrinajes parecidos.
Así que empecé a ver todos los actos compasivos y valerosos que me rodean, y los siento como propios, como emanados de una misma fuente, de un mismo sentido común, de una misma conciencia planetaria de la cual soy parte. Lo pongo en práctica, cada vez que veo y escucho a alguien defendiendo con coraje moral aquellas cosas que sentía que ya nadie defendía, me desestreso, libero tensión, y pienso: “¡Al fin alguien más que alza su voz con la Verdad!”
Y te puede pasar en variadísimas situaciones. Te pasa, por ejemplo, cuando te empezás a enterar que en algunos países, los recursos naturales ya tienen derechos y pueden defenderse de la Mano Invisible. Ahí me siento mejor, es un comienzo. Te puede pasar cuando te enteras que cada vez hay más ciudades que decretan leyes u ordenanzas dándole un reconocimiento a la construcción natural en barro. O también me pasa (y eso que yo ya había colgado la toalla con creer que la Política es una forma plausible de hacer las cosas) cuando escucho la vehemencia y el poder del discurso que posee un tipo como Rodrigo de Loredo, legislador provincial cordobés, quien desde hace más de cuatro años, y con sólo 36 años, viene diciendo a la cara todo lo que hay que decir a la cara.
Para hacer los momentos más verdaderos, y no perder el tiempo, hay que decir las cosas de frente. Cuando se produjeron las inundaciones en córdoba en febrero del año pasado, Rodrigo de Loredo encaró el tema sin miedo de conjugar obviedad, estudios, sentido común, estadísticas, y la cruda realidad, y habló como nunca escuché hablar a un político después de Mujica el año pasado. [Pueden ver su discurso en un video al final de estas líneas]
Cuando siento que hay otros alzando su voz, cuando siento mi aporte no como El flujo sino como parte del Flujo, es ahí cuando me permito tocar el bajo y brindarle tiempo de calidad a Atila, me permito sentir el yacá y jugar con mi niño interior. Nutrirse de paz, de manera consciente del proceso nutricional que implica para el alma hacerlo, es otra forma de recargarse de energía, de volverte a llenar…
Equilibrio.
Leer. Trabajar.
Contemplar una baldosa, una hormiga, la llanura.
Estudiar. Seguir trabajando.
Cletear, con auriculares, siempre.
Frenar para ver el atardecer.
Cocinarte, y, si querés, leer un poco más.
Después dormir, o salir.
Y si salís de tu crisálida, bien hecho…
Pero evita caer en la mediocridad
Hasta que llegue el día donde aprendas a volar…
Hasta luego Abril, bienvenido el frío, la calma.
Brian Longstaff.-
Pd. Video de Loredo
Maramai Sonidos de la Pachamama May 01 , 2016 at 12:57 AM /
y la cosa es asi hermano…el dejar de pensar es conectar con el niño interior, decime si esa no es alta mision?
todos tenemos una mision……. ser uno mismo!
cundo uno es conciente que estamos en el tiempo de no tiempo la vida se vive sin criticas ni lamentos ni nada del ego por que el corazon vive…late, resuena y repercute ….en el tiempo del no tiempo….