Balances, que no necesariamente importan.
“El Miedo es el enemigo de la Voluntad. La Voluntad es lo que te hace tomar Acción” – bien podría haber sido Jiddu Krishnamurti quien dijo esto, pero no, fue Linterna Verde.
Miro hacia arriba. Y un avión pequeño, un fitito con alas, pasa pegadito al lado de una Luna blanca en cuarto creciente. El sol, desde donde miro, en la tierra, ya se puso. Ya no hay radiación directa, luz, sobre el pasto. Pero allá arriba, a la altura del avión, y mucho, mucho más allá arriba, en la Luna, la luz del Sol sigue pegando fuerte. Allá arriba sí, sigue pegando el Sol. Y pienso: que piola, todo esto… ¿Cuáles son las chances? (Reales) ¿Cuáles son las chances de ver una imagen así alguna vez en la vida?
La vida es –me parece– una sumatoria continua, eterna e infinitesimal de instantes.
Un instante, digamos, de unos breves segundos. Digamos diez, diez segundos, que te dejan sin aliento y con tu vida resignificada, o por lo menos refrescada. ¿Cuáles son las probabilidades de que ese instante ocurra, de que siquiera exista…?
¿Y en qué queda todo?
¿En qué se piensa en el último suspiro que das justo cuando te la estas por dar…?
Posiblemente, en que nada importó.
En que todo es re-contra-re-mil-efímero.
Que el día es una vida, entera.
Y que una vida entera es lo que lograste vivir en una larga consecución de días.
Y lo único que va a quedar, el único vestigio de vida que se lleva el alma al más allá, y lo que realmente puede llegar a importar, es si aprendiste a ser feliz a cada instante. Si estoy ahogándome, trippeando, o volando por el aire tras chocar con la bici, o girando en trompos dentro de un vehículo metálico que se retuerce, o si estoy literalmente a punto de morir, o de volverme loco, prometo hacerme –antes- ese balance. Que es, siento yo, el balance definitivo.
Soy de hacer balances. A veces me sirven (me dan explicaciones causales acerca de todo lo que no puedo comprender o aceptar), otras veces no, no me sirven. Sino que me entropizan y caotizan todo.
A veces me doy cuenta que soy el hazmerreír de mí mismo. Soy mi propio colmo. Mi propia contradicción entre lo que creo y lo que hago. Soldarlos, es un desafío. Unir la creencia, el sueño, con la cotidianeidad.
Hay un montón de cosas que pospuse sin darme cuenta; por manija, por atolondrado pero, principalmente, por ansioso. Cosas, que tendría que haber sabido antes.
Sé que los “que hubiera sido si” no sirven de absolutamente nada. Pero son cosas que, de haberlas sabido antes, me hubiesen hecho obrar de maneras muy distintas.
Siempre, que se cuenta con la Verdad adecuada y real, en tiempo y forma, se puede proceder con verdad-real. Si no contás con la Verdad desde el principio, derrapás seguro… a veces hay banquina, otras veces a la zanja directamente. Encallado.
Y son un montón de cosas, apiladas en un altillo procrastinado y lleno de polvo (todos tenemos uno; un altillo mental y sentimental, “estockeado” con cosas de las que no nos hicimos cargo aún).
Pensamientos, libros, amores, sentires, convicciones, ideales.
Algunas respuestas estaban al pasar la hoja; un par de páginas más allá. Pero cuando colgué esos libros dos años y medio atrás, estaba en una carrera utópica perfectamente idealizada y planificada sobre un castillo de cartas nuboso, sobre un puente colgante y bamboleante… y los dejé en pausa. Y lo mismo hice conmigo mismo… me puse en pausa, y me fui, para afuera.
De regreso… me volví para adentro, y despausé lo pausado.
A nadie le interesa mi autocrítica. Después de todo, es personal, y cada uno tiene sus infiernos, sus cuartos oscuros y demonios. Mi verdad, no es, para nada, la Verdad. Pero si dejo de gritarla a los cuatro vientos sería cómplice de la represión de mi propio advenimiento.
Abrazarte a un ideal, a una causa, por más noble y utópica que sea, te termina alienando un poco de vos mismo si no podes bajar de esa palmera a tomar un par de mates y disfrutar de la Nada. ¿Qué hubiera sido la serenidad hubiese sido mi aliada y no mi remedio? La respuesta estaba en aprehender a frenar. Si no frenas, te frena la realidad.
La respuesta, estaba en el viento, si tan sólo me hubiese detenido sereno a tratar de sentirlo. Para poder ahí escuchar voces, voces, voces… Muchas voces, todas mías, discutiendo entre sí, imponiendo sus perspectivas. Si hubiese aprehendido a disfrutar a tiempo de una brisa en una plaza, hubiese podido integrar a esas voces antes y no derrapar tanto.
Siempre creí en apuntarle a la Luna… Siempre supe que le erraría, pero que al menos así, llegaría a las estrellas. Lo dijo otro Brian -Littrel-, y no quien les escribe. Pero, ¿qué pasa si te propulsionaste con una energía rara que se esfumó en el momento preciso para dejarte impulsado con cierta velocidad y a cierto ángulo que te hacen salir con la fuerza justa para quedar atrapado en el campo gravitatorio del planeta pero no, de forma tal que tus ilusiones, convicciones y toda esa identidad-de-ser, se quedan orbitando espléndidamente alrededor de la Tierra?; como uno de esos satélites que surcan el cielo lenta, pero decididamente, en una oscura noche, no necesariamente de Luna Nueva, sino en todos los momentos mágicos que le siguen a la puesta de la Luna, cuando la Luna se pierde, en la noche, por el horizonte, y los minutos que siguen son de una oscuridad tremenda que comienza a tragarte entero…
En esos momentos, de oscuridad, bajo la gran mirada de la Vía Láctea, contemplo desde el techo la frondosidad de los árboles con ese verde oscuro nocturno. Todas las copas de los árboles flamean, como gigantes macrocystis, esas grandes algas pardas que forman bosques submarinos junto con arrecifes de coral, brindando hogar a miles de especies marinas. En la hidrósfera es así. Pero acá, en la interfase continental que produce la biósfera entre la intersección de la litósfera con la atmósfera, los árboles también flamean, dando refugio a aves e insectos.
Pienso en el satélite de mí que orbita la Tierra… En él, retomo esos libros viejos. Uno de ellos se titula “Sexo, Ecología, Espiritualidad” (Sí, todo eso) del filósofo contemporáneo Ken Wilber. En ese librote, refiriéndose al “estadio posconvencional” al que puede llegar el ser humano si desarrolla todo su potencial, Wilber advierte, escribiéndolo intrincadamente (pero latente, ahí…):
“(…) el individuo que en este estadio ya no puede confiar en roles dados por la sociedad para establecer su identidad, es devuelto a sus propios recursos internos. << ¿Quién soy yo? >> (…)
Si se fracasa en la negociación de esta dolorosa fase de la autoconciencia –una diferenciación del etnocentrismo y del sociocentrismo-, el resultado será la patología de este estadio, lo que Erickson llamó la << crisis de la identidad >>. Ahora ya no es cuestión de encontrar un rol adecuado en sociedad (lo cual sería una patología de guion); se trata, más bien, de un yo que puede encajar en la sociedad o no encajar en absoluto (pienso en Thoreau y la desobediencia civil)”
La patología del guion, sería fracasar en autoconocerte, y terminar en un rol (en un “trabajo en…”, un “soy tal…”, un “hago esto…”) que te emborrache de tu propia zona de confort, y que nunca te salgas de ahí…
Lo que me descajetó, fue el “puede encajar en la sociedad o no encajar en absoluto” porque cuando colgué ese libro, con esa advertencia a la vuelta de la página en la que lo había colgado hace dos años y medio atrás, yo estaba, precisamente, terminando de leer la “Desobediencia Civil” de Thoreau, enamorándome de sus apasionadas palabras, enarbolando banderas utópicas y encarando la construcción de grandes castillos en el cielo para un prójimo que aun hoy no puedo palpar.
Quizás, no sé quién soy. Pero sé quién era, y siempre se puede partir de ahí. Al menos, en lo que a autocríticas se refiere.
Y lo poco que aprehendí, de quemar la identidad en un fuego sagrado en un cuenco de barro revocado en cuatro patas atrás en el patio, se puede resumir en tres palabras que, profundamente resignificadas, tienen mucho poder:
PRACTICIDAD & ESPIRITUALIDAD APLICADA.
Sería algo como aceptar que el mundo suele, por lo general y casi siempre, excederte. Va más allá de vos en muchos aspectos y, por ende, de nada vale navegar en preguntas que no tienen fin.
En el mientras tanto, estaría la magia.
En el mientras tanto, déjate de dar vueltas, y hace.
En el mientras tanto, buscale sentido, incluso varios sentidos, elevadores, a todo lo que haces.
Resginificalo y valualo en una moneda inexistente, como las “medidas” de Ami el niño de las estrellas.
En este proceso te podes tornar un poco espiritual, pero lo importante es resignificarte a vos mismo, y no depositar Tu todo a una rama o método espiritual que te convierta en un vacío cliché. Chamanes Urbanos hay pocos, y Falsos Gurúes hay muchos.
Ser humildemente espiritual implica no divagar en una nube de colores, eligiendo convenientemente a qué causalidades darle bola, sino literalmente sacralizar todo lo que haces, convertirlo en un mini-ritual que te permita extasiarte con todo. Es por tu propio bien, y para realmente lograr aplicar cualquier creencia que tengas. Simplemente, Hacer Algo con tu lado espiritual. Hacer. Algo. De tu vida.
“I am always being overwhelmed. I require it to sustain life” – Everett Ruess (Estoy siempre siendo abrumado, inundado. Lo requiero para sostener la vida)
Hay ciertas convicciones que son difíciles de hacer desaparecer una vez que nacieron como fuego en vos. Y yo a Thoreau y a otros los voy a seguir bancando igual, por más utópicos que sean. Henry David decía:
“Rather than love, than money, than fame, give me truth” (Más que amor, que dinero, que fama, dame verdad).
Sin embargo, a veces, esas convicciones se apaciguan, para que se reciclen las circunstancias y bajen las mareas. Luego afloran, como un geiser kiwi en la mitad de Oceanía. En palabras atemporales de La Rochefoucald:
“La ausencia reduce las pasiones pequeñas e intensifica las grandes, así como el viento apaga una vela y aviva el fuego”.
Despedidas amalgamadas.
Verdades solapadas.
Realidades fundidas.
Puntos de vista integrados.
Sueños revueltos.
Energías unidas.
Ilusiones aleadas.
Perspectivas anexadas.
Identidades amasadas.
Opiniones combinadas.
Entendimientos fusionados.
Re-encuentros, sin disgregar.
Todo posible, siempre, con el paso del Tiempo.
Con lo que haces durante el mientras tanto…
Con el paso del tiempo, todo se erosiona. Y por más que te lamentes por algo, la erosión de vos mismo te hace ver que estabas equivocado, y que Sí, hay, siempre, maneras diferentes de hacer las cosas, labrando y disfrutando tu camino.
Para esto, otras tres palabras desbordadas de poder: << amor fati y daimónion >> (Amor del destino y demonios). Cosas que debemos conocer, aceptar, aprender, ejercer (ambos conceptos). Todos tenemos nuestros demonios, pero tenemos que poder salir a dar una vuelta con ellos, dóciles, amansados, dando vueltas alrededor nuestro; y no matarlos, reprimirlos. Amar, por más autoboicoteante que parezca, la que nos tocó. Podemos barajar todas las veces que se nos cante, pero las cartas serán siempre las mismas. Y vuelven al mismo mazo.
Lo cual es una forma poética, revirada, metafórica, y metamórfica, de decir: deja de dar vueltas, agradecé lo que tenes y hacete cargo, de una buena vez, de vos mismo.
¡ACTIVÁ!
Pausando…
Entre regadas huerteriles.
Encontré otro libro que había dejado de lado un universo atrás, en donde había otra paliza al alma, digna de ser leída en ese entonces, pero no… El quinto libro de Carlos Castaneda, pospuesto y puesto en una caja de cartón, colgado por la exacta mitad. En su solapa, de regalo y con birome de trazo fino azul, la palabra “HERMANDAD” escrita con una caligrafía tibia.
Lo retomo, y una analogía práctica y espiritualmente aplicada me arrebata por la espalda. Maldigo la procrastinación, pero más vale tarde, que nunca, siempre:
“-Un cazador se limita a cazar- dijo -. Un acechador lo acecha todo, inclusive a sí mismo.
-¿Cómo lo hace?
-Un acechador impecable lo convierte todo en PRESA. El Nagual me dijo que es posible llegar a acechar nuestras propias debilidades. (…)
-¿Cómo es posible acechar las propias debilidades, Gorda?
-Del mismo modo en que se acecha a una presa. Descifras tus costumbres hasta conocer todas las consecuencias de tu debilidad y te abalanzas sobre ellas y las coges como a conejos en una jaula.
(…)
La Gorda lo comprendía y aplicaba en una forma más pragmática que la mía”
¡Ahí tenes! ¡Filosofía para la praxis!
¡Amor del destino! ¡Demonios (propios, tus genios, neuróticos, y tu espíritu)!
Amor. Al día completo. A cada uno de sus minutos y sus miedosos segundos. Y no necesariamente a alguien… Amor, in-fijable… Amor, riéndote de tus mañas y deseos.
Simplificando –logrando ver y hacer las cosas más simples-, se logra ver una mayor cantidad de cosas hermosas.
Minutos… que se me escapan de la mano.
Volvamos, al instante inicial. Al de ese avión surcando el cielo por al lado de la Luna en un atardecer pampeano. ¿Cuáles son las probabilidades de que un instante dado, cualquiera, se dé?
Si lo transformo a una cuenta, puedo intentar jugar con esa probabilidad para darle un sentido práctico y optimista:
Como ves, CADA INSTANTE ES MUY IMPROBABLE DE QUE OCURRA. Y ahí, al menos yo, le encuentro una excusa matemática, bella, ecológica, real, para honrar el momento presente en todo lo que hago, y el resto al fuego…
En tu vida, dentro de tu vida, cada momento es absolutamente improbable. Cada instante, es improbablemente único.
Y pienso en una cita un poco desmoralizante: “Las utopías aparecen como más bien realizables ahora que lo que se creía en antaño. Y nos encontramos actualmente con una cuestión, bien de otro modo, angustiosa: ¿Cómo evitar su realización definitiva? Las utopías son realizables. La vida camina en pro de realizar utopías. Estamos en un siglo que apenas comienza, un siglo donde los intelectuales y la clase cultivada alientan a las medianas a evitar las utopías y volver a una sociedad no-utópica, menos perfecta y menos libre.” – Nicolás Berdiaeff
Pero no… no hay que dejarse desmoralizar. Nunca, por nada ni nadie, hay que dejarse desviar de lo que uno siente.
Me considero anacrónico, revolucionario, visionario, utópico, idealista, políticamente incorrecto, vehemente, pasional, intenso… y bastante ansioso… Ese coctel se confunde a veces con soberbia, y ciertamente lo estoy trabajando. El Arte de vivir… como dice una gran hermiga y artista, “lo único que te salva de la guerra interna es el arte”. Si se me tilda (ayer-hoy-mañana) con cualquier suposición, mejor no leer, y adentrarte en tu propio sensato-camino. Pero es hermoso, poder morir todos los días sintiendo que, al menos, hago algo para intentar que las clases medianas activen y ayuden a las de abajo. Acopio, bajo, y comunico, el resto es para que Vos decidas.
Estoy de acuerdo con Berdiaeff, muchos buscan silenciar. Otros, no tienen ni voz propia… y juzgan, olvidando. Es obvio, para mí, que las utopías son realizables. Sino no lucharía por ellas… Ojala las utopías puedan realizarse definitivamente. Quien desee lo contrario, que se las arregle con el Karma.
Y si la encontrás, a la utopía, no evites su realización en un acto irreverente de autoboicot. No.
No pospongas, No reprimas… porque lo único que logras es explotar en diferido y varias veces.
Si te encontrás con una utopía en la cara, afrontala, aceptala, vivila, no la des por sentada.
Cree en ella.
Y recordá: “En la vida, todo lo que elegimos por su levedad no tarda en revelar su propio peso insoportable” – Italo Calvino
En palabras de Ami: “Es muy hermoso poder servir a tantos millones de almas que se encuentran en oscuridad. ¡Tienen un gran privilegio! (…) Negar esfuerzos en esa lucha, con cualquier excusa, tiene algo de egoísmo y complicidad. Porque “espiritual” se refiere al ser interno, el cual es todo amor y como es amor, no permanece indiferente ante el sufrimiento ajeno…”
Balances… Tras 6 años de viaje interestelar, y con mucho más por orbitar.
Brian Longstaff.-
Bibliografía.
Las mentes de los autores citados. El que dude, que me consulte.
Agradecimiento a Rodrigo Fiorucci por la foto de la Calandria Real despabilando al Benteveo.
Leave a Comment