Contacto.
“Sería más fácil enrollar el cielo entero como una pequeña tela
que obtener la felicidad verdadera sin conocer el Yo” – UPANISHADS
Imposible ser verdaderamente feliz,
sin conocerte a vos mismo primero…
(Básico)
Volver a Buenos Aires.
Siempre lo mismo:
Hacerme ciertos planteos sobre mi esencia.
“Buscamos todos, sin sentirlo,
pero en el fondo de cada uno de nosotros,
la construcción real de una utopía” – Eloísa Tréllez Solís
Esta vez, fui en avión. Mis amig@s me pagaron el viaje para llevarme hasta allá. Charlar con ellos, y con mi familia. Caminar incontables cuadras por esa ciudad, en el anonimato, siempre me abre los pensamientos… Me los diversifica.
Pero toda esta apertura comienza cuando me subo al avión…
Un bondi, que no es un bondi: es un avión.
Gente, con motivos y vidas totalmente diversas…
(igual que en un bondi)
La tecnología humana imitando,
como puede,
a un ave en vuelo.
Volar, como podemos,
propulsionándonos,
quemando combustible fósil.
Todos se acomodan.
Algunos nerviosos, otros ya dormidos.
Yo, exaltadísimo.
Igual que el niño de diez años que está dos butacas delante mío,
observando todo por primera vez.
Comparto su sorpresa por todo.
Me permito sorprenderme sintiendo todo este bólido metálico alado.
Alado sin poder aletear.
Atado a la física relativista noma´.
Luego, al toque, frenando mi razón por un instante: ACELERACIÓN.
Aceleración fuerte por la pista, en dirección norte.
Terrrrrrrrrrrrriiible aceleración de no tengo idea cuántos caballos de fuerza, y
¡¡SWIIIIIIIIFT!! (¡SwuuuuuumP!)
Estoy en el aire,
Estoy volando…
Estoy yendo para arriba.
A mi izquierda, abajo: el campus universitario,
donde tantas cosas pasaron, pasan y seguirán pasando, pasa
a ser algo pequeño, circunstancial.
Giramos, hacia el este, aun subiendo.
Al girar, mi ventana queda en diagonal hacia arriba…
Una imagen imborrable, hermosa: El ala del avión… y bien allá, al palo, una tremenda luna menguante.
Su luz, la inclinación de su luz, me recuerda que el Sol está a punto de salir, del otro lado,
cruzando el pasillo por la otra ventanilla a mi derecha.
De repente, nubes.
Explosiones de nubes.
Cúmulus-nimbus, cirros, estrato-cirros, más cúmulus, todos ahí, desplazándose, moviéndose quietos de la manera más globosa, húmeda y acolchonada que puedas imaginarte.
Surcar el aire.
Surfear el aire.
Acariciar la atmósfera buscando los diez mil metros de altura.
Me cambio de asiento, lo logro mientras todos duermen y no hay rastros de las azafatas.
Busco el Sol…
y ahí lo veo,
una gota gorda
naranja-roja-escarlateada
grotesca y poderosa,
alzándose bien detrás de un frente de tormenta en el horizonte
(que ahora es más horizonte que nunca).
Hacia abajo: lagunas, pero están ahora detrás de las nubes.
Pueblos que son manchas…
y la fragmentación del hábitat de la agricultura
perdiéndose en la bruma.
Ser el primero…
sentirme el primero,
en ver el amanecer…
La línea del sol,
bien recta.
Como una linterna
bajando por las nubes.
Desde arriba, la luz va peinando con LUZ la cima de las montañas-nubosas,
yendo hacia abajo,
toda una recta de luz,
del Sol a las nubes,
tangente a la curvatura de la tierra
(que desde acá arriba se puede percibir de forma asombrosa),
una recta de luz que va cambiando a su paso
la oscuridad de la llanura
por un día nuevo.
Desde arriba, uno lo ve todo con la misma claridad
con la que un ave rapaz ve Todo
cuando planea surcando el cielo, trepado arriba de una ráfaga de viento.
El ojo que todo lo ve; Vos: un observador consciente.
Desde arriba,
consciente de Todo:
atmósfera, sobre litósfera con manchas de hidrósfera…
(la misma separatividad que el agua y el aceite)
Como capas de cebolla que albergan vida de adentro y hacia el cosmos.
Y de repente:
Industrias/ silos/ galpones…
líneas y más líneas,
formando un entramado urbano que se ve increíble,
desde arriba;
con vehículos que parecen porotos, lentejas, granos de arroz,
que se van moviendo en diferentes movimientos rectilíneos uniformes…
algunos: ACELERADOS.
Imagino las vidas, de sus diferentes conductores, aceleradas,
yendo y viniendo con sus múltiples y entendibles mambos humanos.
Pagar esto, entregar aquello, firmar eso:
ahora, rápido, para ayer.
Desde arriba, TODO parece realmente efímero.
Desde arriba, los humanos somos como hormigas,
pero con una cuota más de locura, de ansiedad, de frenesí.
Y así como subimos, empezamos a bajar…
El resto de los pasajeros sigue durmiendo.
El niño de diez, y mi niño interior, no.
Imposible dormir con tantos sucesos magnánimos a mí alrededor.
Sí: magnánimos son… al menos para mí,
Los hago épicos, y me sorprendo, alegrando mi existir a través e pavadas.
Logrando, por pavadas, sonreír.
Penetrando nubes, de repente el paisaje superficial se va agrandando más y más.
Un zoom interminable cada vez más definido,
hasta poder diferenciar edificios con sus ventanas,
arbolado urbano, con sus frondosos movimientos
y un Sol ya alzado
sobre un vasto Río de la Plata
que hace que el agua sea
una gigante manta dorada-escarlateada.
Seguimos bajando,
el avión llega a la costa
y gira hacia el norte
encarando a la pista de aterrizaje.
Vamos bajando y veo el puerto.
Veo gente caminando entre contenedores que vienen de todos lados del mundo…
Veo un velero navegando hacia el Sol,
pasando por al lado de un Buquebús
que viene en sentido contrario,
hacia el puerto a toda marcha,
dejando una estela de espuma blanca
que apunta hacia las tierras
que Pepe Mujica supo gobernar
sin doblegar(se).
Y como bajando por un trineo
o con un culi-patín por una colina nevada,
que al llegar al final de la bajada encontrás más nieve
pero dispuesta paralela a una horizontal,
siento ese gran golpe suave y duro, brusco,
pero gentilmente calculado y ensayado por el piloto cientos de veces,
el avión toca fondo en la pista y barrena hasta el final de su largo recorrido.
Un río aéreo de aviones de diferentes tamaños,
encajonado como un tendón o un músculo
entre dos venas gordas, dos ríos más de vehículos a motor:
camiones, autos, fletes, en dos avenidas
Lugones y Costanera
estalladas
a las 7:10 am.
de un lunes.
De un momento a otro,
estoy a pie otra vez,
caminando al palo
con mis auriculares marcando el paso,
esquivando bolsos y más personas, más vidas…
Caminar es extraño
inmediatamente después de bajar de un avión.
Como cuando te bajás de correr en una cinta,
que a cada paso sentís
que se te desplaza a algún lado la realidad
sobre un plano en el piso.
Parecido,
pero hacia arriba y abajo,
confiriéndote,
por momentos infinitesimales,
una cierta liviandad
que te hace sentir como que estás caminando
dando algún salto en algún aeropuerto intergaláctico
donde la gravedad es ligeramente menor que la terrestre.
Y te tenes que acomodar, acostumbrar, rápido.
Caminando al palo entre muchas personas.
Muchas personas.
Un objetivo:
agarrar sus respectivas valijas,
y seguir…
Y para eso,
curva hacia abajo
por una escalinata ancha.
Más que un montón de gente,
parece una manada de ñus
bajando por una encañada,
huyendo de algún predador,
o ansiando llegar al agua
para beberla de a grandes sorbos.
Salen las valijas por la cinta transportadora,
se atropella la gente para agarrar sus pertenencias,
lo que es de ellos,
lo que les pertenece,
y seguir…
Sale la mía…
y detrás de un gran cartel de arribos
y de dos ventanales de cristal,
¡mi vieja!
Un viaje,
una subida y bajada y,
al final,
un abrazo maternal,
un amor incondicional,
un pedazo de cosmos.
“Es un simple vuelo de cabotaje”, me dijo despectivamente el pibe del mostrador cuando le pregunté si necesitaba mostrar mi pasaporte para abordar.
De simple no tuvo nada.
O quizás lo complejo, el acomplejar,
me llama la atención.
Da igual…
Me dijeron que me gusta exagerar…
Y es cierto.
Que soy un manija con las emociones.
Pero, para mí, fue una Vida…
la subida, la bajada, el miedo al futuro,
o la mera posibilidad de morir,
contemplar, y entender el hecho de que, quizás, no importa morir;
aceptarlo, la sensación del Todo allá arriba,
y del Todo al bajar,
con el abrazo maternal al final.
Dos minutos después:
Taxi, conducido por Xena.
Madre abrazándome,
whatsappeando con su hijo mayor,
mi hermano de sangre,
amigo, mentor, motivador, referente, espejo…
a diferentes horarios;
él en Oceanía
y nosotros acá,
latinoameriqueando.
Cierro los ojos,
agradezco.
Desayuno Familiar… y a caminar…
Me escapo de la Avenida Cabildo que me vio crecer,
y voy “por adentro”…
buscando mensajes subliminales en grafitis anónimos ,
que resignifico para mí.
Edificios residenciales altísimos
hacen que la vereda sea una especie
de gran cañón del colocado urbano
donde apenitas se ve el Sol pasar
por la franja de cielo que hay allá arriba
entre las dos hileras de edificios que parecen dos acantilados enfrentados.
Pensamiento familiar…
¿Cómo ayudarlos a todos a sanar?
Tirando centros, ideas, abrazos…
desmitificando suposiciones,
bajando los decibeles
de las exigencias y las imposiciones
que van de un lado a otro.
Dando aún más abrazos…
Dejo de pensar,
viendo pasar mil caras en el Barrio Chino,
buscando precio.
Los terribles gatos-gárgola cuidan la entrada,
pisando las esferas
que contienen la flor de la vida
a partir de la proyección del vector en equilibrio
que está dado por un Toroide
que me atraviesa todas mis vidas pasadas…
Observo las Barrancas de Belgrano,
su pérgola de antaño
con parejas de viejitos
bailando tango
desde hace incontables fines de semana
a lo largo de lustros.
Observo Pampa y La Vía una vez más,
imborrable esquina enquistada de pasados.
La suelto y sigo caminando.
Me giro 180°
y me tomo un tren.
Disfruto de su bamboleo a ojos cerrados.
Siento mi panza, cargada de asado,
bambolearse adentro de mi cuerpo,
que se bambolea dentro del vagón,
que se bambolea arriba de unos amortiguadores de metal gigantes
arriba de las vías
arriba de una gigante Buenos Aires.
Un beat me saca de la meditación
y veo una chica,
a punto de bajarse.
Cara de acomplejada, pero tranquila,
mirando hacia la nada.
En su muñeca,
un tatuaje,
de una palabra:
a m o r . . .
Tan hermoso y tan sencillo e inacabable.
Como si fuera la respuesta a todos los males
de tanta humanidad urbanizada.
Frena el tren.
Sale ella, entra él.
Un pibe al que sólo le veo la nuca,
donde veo otro tatuaje:
un código de barras.
Vuelvo a cerras los ojos.
Medito sobre ese concepto bien-Matrix,
de si somos simplemente usuarios-funcionales al sistema nomás,
o si es el amor el que le vuela la peluca a las barras de tu propio código.
Dos expresiones de un mismo sistema.
Una insoldable dualidad: amor,
y el código de barras que te imprime este contrato social.
Disfruto del movimiento rectilíneo del tren.
Escucho y percibo el sonido de hierros amalgamados
yendo a gran velocidad.
Camino por los vagones en dirección opuesta al recorrido
mientras el tren comienza a frenar
llegando a la estación en Acassuso.
Movimientos relativos:
andén, paisaje, tren, Yo,
mientras canto una canción chilena de protesta,
¡total!,
¡los que escuchan
son ciudadanos
a quienes muy probablemente
no volveré a ver jamás!
Disfruto de las coincidencias que producen a veces los auriculares.
Poder terminar de cantar el estribillo de una canción
justo cuando el tren frena en seco
y se abre su compuerta.
Arranco,
ágil entre la gente,
fantaseando con haber dejado
a uno o a dos
pensando
acerca de qué clase de humor portaba ese tipo
para andar cantando así por la vida.
Fantaseando,
con que esa misma persona, o dos,
vayan cantando la próxima vez en su andar.
Las mismas coincidencias sonoras me pasan en otros lados.
En los semáforos cambiando de color
justo con el reviente de un tema,
o con un frenazo de colectivo,
la música parece acoplarse a lo que veo.
Casa ancestral inglesa,
juntada cósmica
con un primo cósmico.
Su abuela vigilando, cuidando, contenta,
desde bien arriba,
mientras nosotros rescatamos de la humedad y el moho
una pila interminable de libros viejos.
La biblioteca de una vida entera; desparramada en el patio de atrás,
secándose al Sol.
Mientras se produce la evaporación sutil de la humedad
de miles de hojas amarillas de papeles de cien años de antigüedad,
procedemos a limpiar y sanar la casa
con una espectacular zahumada perimetral,
hasta sentirnos estoicos,
con el laburo cumplido.
Vuelvo a tomarme el tren.
Ahora, en dirección a Retiro.
Proliferan los vendedores ambulantes,
con precios baratísimos de turrones, biromes y alfajores
de marcas suburbanas que ni ellos conocen,
pero salen a venderlos igual
porque otra no hay…
El volumen de los auriculares no logra silenciar a una madre en desesperación.
Con su beba en un carrito, le grita a todos al pasar:
“por favor le pido su ayuda, yo no me pude educar…”
Pondero si mi corta ayuda económica puede cambiar en algo su situación,
o si acaso tengo efectivo suficiente para sacar a todos de la pobreza.
A sabiendas de que No, me arrimo al siguiente vagón e interrumpo su discurso para darle un billete.
Quizás, por lavado inconsciente de consciencia.
Quizás, como acto de fe.
Quizás, esperando a ver si en ese vagón, alguno más se tienta (ripple-effect)
a darle algo, por ver a alguien que a la pasada le dio algo sin esperar a que termine de hablar.
Nosé.
Contagiar, psicología de masas.
Ojalá fuera tan fácil.
Pero No.
Cada uno se la tiene que poner y despertar por su cuenta.
Aunque a veces, de tanto en tanto,
un empujón, un cambio en el punto de encaje,
una ayudita anímica,
no viene mal.
Bajo del tren.
Camino en subida por la calle Juramento.
Combino con el subte.
Encuentro en el subte lo mismo que en el tren:
Hierros, inercia, gente: alienada.
Arribo a la misma sensación,
de sentir gente que siente que no va para ningún lado…
YO NO VOY PARA NINGÚN LADO,
cuando disperso mi energía
pensando todo demasiado.
Cierro los ojos, pienso en mi jardín.
Abro los ojos.
Vuelvo a pensar en la sanación familiar
y me rio de mí mismo sarcásticamente,
por verme de afuera
intentando cambiar la generación de arriba,
cuando aún la mía no quiere cambiar.
Critico, cuando aún yo no puedo cambiar.
Leo “no puedo”
y automáticamente lo tacho del verso.
¡NO SE PUEDE GRITAR “NO PUEDO” EN ESTA CASA!
Supe gritar…
El subte sigue, vuelvo a cerrar los ojos,
me visualizo echado a lo largo,
adentro de mi carpa,
mirando hacia arriba.
Abro los ojos, sigo en el subte.
Una mujer excesivamente optimista anuncia el arribo a la estación,
por el altoparlante del vagón.
Me bajo, salgo a la superficie: hola Plaza Italia.
Paso por un frustrado intento de conseguir una copia usada de un libro
sobre el ex-presidente de Varios: Pepe Mujica.
El título: “Una oveja negra al poder”
Fantaseo con la idea,
de varias ovejas negras al poder,
en el sentido de varias personas despiertas,
ocupando cargos, roles, laburos diversos
en diferentes áreas de activación,
ya sea en casa,
en una empresa,
en una cooperativa,
en una fundación,
en política,
en una PyME,
en una ONG,
en lo que sea y
en donde sea,
a conciencia.
Así que me regreso en bondi.
Nosé en qué momento se hizo de noche.
Llega el 152, saludo al chofer.
Sorprendido, me responde muy macanudamente que Hola, buenas noches.
Pago, y de vuelta a pensar en cómo no-pensar.
Pero no.
Pienso,
en el humano desplazándose en los servicios públicos
a lo ancho y largo de la ciudad,
produciendo los mismos entramados fractales que se pueden ver
observando desde arriba un montón de hormigas
todo el día
yendo de acá para allá.
AGRADEZCO.
¡Por supuesto que agradezco!,
el hecho de poder disfrutar
de haberme desplazado
en dos semanas
en todos los medios de transporte
que pensó e invento el hombre.
Me faltó un bote,
pero con ver el velero y el Buquebus,
me alcanzó.
Siempre me alcanza.
Pienso y agradezco mis sentidos,
tenerlos a todos a mi servicio perceptual.
Agradezco al cosmos.
El poder sentirlo a través de todo mi cuerpo.
Sentir el Nagual, el lado más místico de uno,
agazapado
en cada línea, esquina, tubo, vía, cable, pared, textura, ventanal,
jugando con mover un poco todo,
agitarlo, hacerlo temblar un poco,
confirmando un cambio en el punto de encaje.
Todo me vibra.
Todo me retumba.
Todo se mueve un poco de lugar
y me hace tambalear
cuando vengo a la ciudad.
Pienso en religiones.
Pienso en culturas.
Pienso en las instituciones.
Pienso en la educación.
Pienso en todas las externalidades que nos rodean
y nos hacen ir cediendo y cediendo
poco a poco
nuestra fuerza vital,
logrando encajonarnos
en un modo acotado de Ser & Hacer.
Pienso en todos los puntos de vista diferentes que hay acerca del Buen Vivir,
y me cuesta verlas integradas, cohesionadas, llevándose bien…
Pienso, en que seriamente tengo que dejar de pensar;
que ningún semi-poema extensísimo puede condensar
ni un cuartito de lo vivido.
Me dura poco, y retomo pensamientos. Pero antes, cambio de cuaderno. Dejo el cuaderno de pseudo-poemas y agarro el de párrafos gordos y de ancho justificado. Me pongo a monologar como antes (y la verdad es que es quizás bastante personal, mi manera de ver las cosas, la forma en la que me gusta hacer pedagogía… pero lo comparto, por el mero hecho de compartirlo por si le sirve a alguien algo de todo esto).
Creo que es Mambo de cada uno, poder llegar a re-interpretar todo acontecimiento de tu vida. En mi caso, creo que las respuestas vienen de mirar hacia adentro. Pensar, ¿viví una buena vida hasta Ahora? ¿Cuál sería mi legado, mi manifiesto, mi descargo, mi última lección-clase-lectura? Pero ojo, que antes, aclaro: ¿quién soy Yo para decir algo al respecto de cómo se tiene que vivir?
Absolutamente n a d i e.
Sin embargo, (siempre la justificación de uno mismo) en tratar de ser un Ser Humano de bien, frugal, simple, humilde, austero, actuando con plena voluntad y activando sus capacidades, dando una mano a los que tiene cerca mientras sigue cazando arcoíris, creo poder intentar describir una manera, dar un par de ideas o consejos, de cómo obrar, avanzar, hacer.
No puedo decir cómo hacer para que Seas…
Pero puedo hacer/decir cosas/situaciones/experiencias que te hagan Ser. Así nomás, de una explosión.
Eso es una de las cosas que aprendí: HACER/DECIR. Antes, decía, decía, decía y decía todo como debía hacerse. Hoy, lo hago. Porque es más real. Porque es más fácil. Y porque es lo único que se puede hacer cuando tocas fondo. Y tiene que ver con esto de practicar lo que uno predica. De no ser un hipócrita (diciendo qué hacer y después haciendo cualquiera). Y tiene que ver también con algo pedagógico, con el proceso de enseñar e intentar transmitir sabiduría (o más bien conocimientos. Bien previene Hermann Hesse –y, si, soy repetitivo con esto- de que la sabiduría no se puede transmitir, eso lo hace uno, producirla).
Para enseñar bien, humildemente creo, se tiene que poder lograr que el educando aprehenda los conocimientos y actitudes adecuadas para luego poder apropiarse de ellos de forma tal que pueda practicarlos, es decir, pudiendo poner el conocimiento en práctica. Conocimiento sin ser aplicado, es una pérdida de energía.
El Dr. Joe Dispenza la clava en el ángulo cuando dice que “el conocimiento sin experiencia es filosofía, y experiencia sin ningún conocimiento es ignorancia. El solapamiento entre ambas produce sabiduría. (…) Intelecto, es conocimiento aprendido, y sabiduría es conocimiento experienciado”.
Esa es la posta. Lograr enseñar cosas, ayudar a evolucionar en el camino de cada uno. Pero siempre tratando de cruzar ese puente invisible entre teoría y práctica… Ayudar, enseñar, lo que sea que uno sepa o pueda hacer para “darle una mano a alguien” y, en especial, a los que uno tiene cerca en un momento determinado, sean tiempos o lugares diferentes…
Mi vieja siempre me dijo que la vida era como un viaje en tren.
En el vagón de tu vida, hay varias personas (pasajeros). Algunas se bajan en alguna estación, otros suben por un par de estaciones (las opciones siguen) y sólo algunos están toda la vida y, sin embargo, nada importa. El viaje en algún momento se termina y sólo importa agradecer que haya habido gente acompañando en el camino… Y en ese trip, a veces largo, a veces corto, ayudar, enseñar, estar para el otro. Aplicar dos valores de antaño: Amistad & Servicio – Friendship & Service, para mis abuelos (y amigos del Hoy).
Hay una frase de Leo Tolstoy de “Family Happiness” que acá les traduzco lo mejor que puedo:
“Él tenía razón en decir que la única felicidad certera en la vida es vivir para otros… He vivido a través de muchas cosas, y ahora creo que he encontrado lo que necesito para la felicidad. Una tranquila y recluida vida en el campo, con la posibilidad de ser útil a gente a quienes es fácil prestar ayuda, y a quienes no están acostumbrados a recibir ayuda; después trabajar en lo que uno crea que sirva de algo, luego descansar, naturaleza, libros, música, amor por el vecino de uno – tal es mi idea de la felicidad. Y luego, por encima de todo eso, tú por un/a compañero/a, y niños, quizás – ¿qué más puede el corazón de un hombre desear?”
“Vivir para otros”… ESTAR para el otro. Ser intuitiva y éticamente solidario. Dar una mano siempre que puedas. Pero, ¡ojo!, que esto no es desvivirte por los demás y dejarte de lado, no. Pero lo que Sí es, es llevar una vida que sea un poco más allá de tus propios intereses, una vida que incluya el SERVICIO, el hacer el bien, el ser impecable con toda persona que interactúe con vos en tu vida.
Y ayudar “a quienes es fácil hacer el bien”. Lo cual es una forma de parafrasear macanudamente el hecho de que no podes estar derrochando energía en ayudar a gente que no quiere ser ayudada. Los depresivos son depresivos por elección.
Lo mismo con ayudar “a aquellos que no están acostumbrados a que los ayuden”. Digamos que, en materia de energía sanadora, ayudar a alguien que se deja ayudar, y que además no está acostumbrado a que lo ayuden, genera más sinergias (digamos “sociales”) a que si uno está golpeándose contra una pared tratando de ayudar a alguien que no se deja ayudar y que encima pretende que la ayuda le debe llegar “de arriba” y por derecho. ¡No! Por ahí no hay que emanar o invertir energía (porque no lo vale). Uno tiene semillas de activación para dar… Bien, lo que hay que saber siempre es dónde hay tierra buena, fértil, para poner a germinar esas semillas.
Y en cuanto al plano laboral, tal cual, “trabajar esperando que lo que uno hace sirva para algo”. Esto sería, de alguna formar, lo contrario a trabajar de manera alienada, es decir, sin “sentirse parte” de lo que está haciendo. Es decir, sentirse conectado con el trabajo que uno hace, y sentir que ese trabajo tiene un fin utilitario mayor que la simple manufactura de un producto o la mera prestación de un servicio.
Y, quizás, pero sólo quizás, y al final de todo, tener hijos. Pero todo eso después de… después de saber quién sos, después de haber hecho algo con tu vida, no por ser “alguien” reconocido, no… sino por preocuparte por ser feliz sólo (de manera individual y sin depender de nada ni de nadie para sentir esa felicidad, sino únicamente a través tuyo); ser feliz antes de traer un nuevo humano al mundo.
Por supuesto –sí, me atajo– que no estoy pretendiendo decir cuándo es correcto o no tener hijos… No tengo autoridad moral ni real para decir eso. Simplemente, intuyo, que no haría falta imponer políticas demográficas (como en China) para controlar la sobrepoblación mundial, si todos fuésemos realmente consientes de cuándo y cómo traemos a un alma de allá arriba a encarnar por acá…
Lo que se necesita para llegar a la felicidad, no es quedarse en el molde sin hacer nada, ¡no! Lo que se necesita es ir en BÚSQUEDA de la felicidad. Moverse hacia ella, salirte de tu estanqueidad, salirte de tu molde, re-moldearte, y hacer ALGO.
“La inacción también genera ansiedad” – Jiddu Krishnamurti
Porque, dicho formalmente, si no “moves el orto” por algo de amor propio en esta vida, entonces ese “No-Hacer-Nada” genera, en efecto, ansiedad… ANSIEDAD PORQUE SABES QUE TE LA ESTÁS MANDANDO. Ansiedad, porque sabes que en el fondo estás enojado con vos mismo, por no estar activando de la forma en la que sabés que podrías hacerlo. ANSIOSO, por percibir como pasa y pasa el tiempo y Vos Sin Crear Nada.
Entonces, borrón y cuenta nueva, todos los días.
Arranco de nuevo, desde cero.
Busco cerrar cosas, terminar de darle vuelta a los ciclos.
Concretar, de a baby-steps, yendo hacia adelante.
Y hago los respectivos balances…
Me propongo idear una autodisciplina de sanación, o de bien-hacer cotidiano.
Hay algunas cosas que sé que no puedo dejar afuera del desarrollo de cada día. A saber:
- Necesito poder mover el cuerpo un poco, ya sea con un breve trote por el ejido urbano en el que me encuentre, o algún rejunte de ejercicios para hacer dentro de casa: sentadillas, flexiones, estocadas, espinales… lo que sea.
- Necesito elongar mi cuerpo entero, ya sea con estiramientos convencionales o haciendo tantas posturas yóguicas como pueda.
- Tengo que hacerme el tiempo para poder sentarme a contemplar la Nada, es decir, el Todo… Poder meditar, o al menos, intentarlo. Sentarme en el techo, disfrutar de las estrellas mientras aparecen en la noche, ver a Escorpio –su cola y su aguijón bien marcadas- surcando la noche, o ver cómo se mueven las copas de los pinos mientras los atraviesa el viento… Contemplar, como la vida refulge, independientemente de que uno esté o no ahí. La vida florece, independientemente de tus quilombos.
- No puedo dejar que termine el día sin leer nada. Coincido en esto con García Lorca, cuando decía que él quería “medio pan y un libro”. Tampoco puedo permitir que acabe el día sin escribir algo, por más inconcluso o descolgado que sea. Escribir, hoy, es el arte que amo. Estoy seguro de que todos tenemos algún tipo de manifestación artística dando vueltas adentro nuestro… creo que el desarrollo emocional y espiritual de una persona se puede ver beneficiado si logra encontrar y aprovechar su veta artística. En mi caso, si veo que No escribo por un tiempo, entonces algo me está pasando. Una vida sin arte, es como amputarte un cacho de felicidad. Descubrir y cultivar tu arte te ayuda a darle vida a tu vida. Negarlo, sería ser absolutamente monótono y gris.
- Debo poder AUTOSANARME, ya sea ejerciendo los puntos anteriores, o aplicando lo que ya sé que tengo que hacer. Hacerme cargo.
- Tengo que poner parte de mi energía en la Naturaleza (devolverle a la Pacha tantos favores que hace por nosotros con todos sus servicios ecosistémicos). Mi ejemplo práctico es HUERTEAR… Activar una huerta en mi casa, en lo de un amigo verdadero o no tan verdadero también, asesorar o darle una mano a un vecino, en fin, a donde vaya… si hay un pedazo o pedacito de tierra, mandarle huerta, ¡activar ahí!
- ¡Cocinarme! Es decir, ser partícipe de mi alimento (y no caer en deliveries casi todos los días). Si la rutina te saca el tiempo de cocinarte, entonces hay algo mal en tu rutina. Mucha gente cree lo contrario… Creen que ahorrarse el tiempo de cocinar pagándole a otro para que le cocina (y le traiga la comida en su casa con una colección completa de materiales descartables de plástico), es sinónimo de haber avanzado una cierta cantidad de casilleros (inexistentes) en el juego irónico del status social. This is far from the Truth, diría mi abuelo: esto es lejano de la Verdad. Cualquier chef apasionado puede decirte el vínculo espiritual que siente cuando cocina. Cocinarse a uno y a sus seres queridos es algo mágico, si te lo propones. Puede ser hasta más efectivo que comulgar.
- Por último, limpiar… mi casa, mi sitio, mi mente; mantener cierta higiene elemental. Nietzsche dice que “un hombre genio resulta insoportable si no posee, además, otras dos cosas cuando menos: gratitud y limpieza”.
- Esto lleva a un “bonus-track-actitudinal”: SER AGRADECIDO: con tu entorno inmediato, con vos, con tus sentidos, con quienes tenés cerca, humanos/animales/plantas, con la vida en general, con lo que te tocó. Agradecer, agradecer, agradecer.
Estos nueve puntos son aplicables o modificables para cualquier persona. En definitiva, son todas formas de escapar de la estanqueidad que produce la erosión espiritual del paso del tiempo.
Ahora, hablemos de Propósito. De darle sentido, significancia a la vida. A la mía, a la tuya, a la de todos. Con “propósito” no me refiero a una cosa única, lineal, hacia la que avanzo como una marioneta. Con “propósito” me refiero a sentir que lo que hago No es al pedo… sino que vale la pena hacerlo, porque lo hago alegremente, conscientemente, artísticamente, meditativamente, impecablemente. La vida de un ser humano no llegó a reencarnar en sí misma (tras millones de años de evolución) sólo para laburar en una oficina la mitad del tiempo de su vida.
Espero que en eso estemos de acuerdo, querida lectora o/y querido lector. Con “propósito” me refiero también a explotar al máximo tu potencial (cualquiera sea ese potencial) y Crear Vida, Momentos, Acciones, con toda esa energía vital que tenemos (Tod@s) adentro.
Pero bueno, todo muy lindo, sí. Palabras bonitas al viento… El tema es, ¿cómo encontrar ese propósito tan personal y único que podemos tener cada uno? Ahora, ESO, eso sí es algo difícil de responder. Es difícil de descular, de descifrar, pero No es imposible. Otra vez, todo lo que yo pueda sugerir, recomendar, o decir, son sólo cosas que me sirvieron a mí… Entonces, lo que hago es “tratar de generalizar aquellas cosas que hice” para poder escribirlo (contártelo) de una forma en la que NO suene a “este loco me está diciendo que haga esto” sino más bien que sean palabras que inciten a cada uno a iniciar su propia búsqueda de sentido de lo que está haciendo con su vida.
No puedo hacerme el manso-desapegado-elevado y decirte que hay que despojarse de Todo y volver a empezar para poder encontrar tu propósito. Despojarte de laburos, títulos, etiquetas y responsabilidades financieras… No puedo hacerlo porque ya desde el-vamos implicaría que me digan que soy un hippie-new age o que sencillamente No Pueden… Pero, sin embargo, se empieza por ahí (despojándose de Todo)… Quizás no de maneras tan extremas. Pero sí comenzando a tratar de despojarte de algunas cosas, gastos, gente tóxica, laburos desalmados -alienantes- o actividades que No Te Llenan en lo más mínimo, no: HAY QUE BUSCAR POR OTRO LADO. Salir de esta jaula de hierro.
Y –antes de comenzar a buscar tu propósito, tu potencial, tus talentos aplicados– frenarse a pensar Una Buena, es decir, algo que de entrada tenés a tu favor, que es esto: ya el hecho de que te hayas frenado un momento en tu vida (no importa si de joven, de adulto o de viejo) a preguntarte cuál es tu propósito… eso, ¡ya es un montón!… Esto es aclarable, porque la mayoría de la gente no lo hace nunca en su vida… por estar a mil, embaladísimos en cosas que No necesariamente eligieron conscientemente para sí mismos.
Y es una pena, que semejantes bicharracos biológicos en el medio de la Vía Láctea no se hayan frenado ni un momento a contemplar el microcosmos que tienen adentro suyo.
Una vez que haces esto, una vez que le agradeces a la vida la oportunidad de replantearte estos mambos existenciales, ahí podes empezar a estar más tranquilo y contento (con Vos) como para poder encarar todo lo otro que te falta encarar. Agradezco a los sentidos… agradezco a los elementos por su existencia… agradezco uno por uno a los puntos cardinales y a todo lo demás… <<< Gracias Norte, Sur, Este, Oeste; gracias agua, aire, tierra, fuego y prana; gracias tacto, olfato, gusto, visión y oído >>>
Primero, ¡gracias!
Después, estando limpio, elongado mentalmente, busco mi propósito.
Sin ningún tipo de apuro.
Viendo otra vez un documental que vi hace una década atrás (con la misma emoción con la que volví a leer “El Principito” hace poco), me reventé la frente contra una frase de William Tiller que me facilita bastante esto de bajar a tierra la idealización que tenemos del hecho de tener un propósito (o incluso de definirlo):
“Our purpose here is to develop our gifts of intentionality and learn how to be effective creators” (Nuestro propósito aquí es desarrollar nuestros regalos de intencionalidad y aprender cómo ser creadores efectivos).
Bastante sencilla y hermosa la frase, pero difícil de llevar a la práctica. Porque primero debemos conocer y direccionar nuestra intencionalidad. Reconocer el PODER que tiene nuestra intención, nuestra voluntad (nuestra volición), para después, sí, ponernos a crear.
Somos constructores de nuestra vida, de nuestra realidad, de nuestras circunstancias. El poder de nuestra voluntad nos va llevando, a ir hacia adelante, a avanzar, a ir conociendo lo bueno y lo malo de uno mismo hasta unificarlo como una sola cosa ni mala ni buena; conociendo tu oscuridad y toda tu luz…
Con nuestra voluntad/intención, apuntamos.
Con nuestras decisiones llegamos a lo que apuntamos.
Con la misma agilidad con la que un gato salta hasta al borde de la baranda de un balcón, sin pararse un segundo a dudar de si va a lograrlo o no…
Eduardo Whydler, gran amigo, diseñador de este sitio, me dijo algo hace muy poco: “Las decisiones tienen que ser conducidas por el crecimiento (personal) y no por el miedo” (“decitions must be driven by growth and not by fear”). Entonces, ante cualquier decisión, me detengo y pienso en las implicancias de lo que voy a decidir. Analizo si mi accionar posterior me hará crecer como persona o si me va a seguir metiendo en un fracaso embadurnado con miedo. No lo pienso demasiado, pero me detengo a pensarlo intuitivamente al menos un momento. Y si tengo miedo, lo enfrento de frente (valga sí aquí y ahora la redundancia) y me pregunto la otra sabia pregunta: -“si No lo hago, ¿me arrepentiré en el futuro?”
¡Ojo! Esto No es actuar por miedo a arrepentirme, sino actuar por saber que hay algún otro Yo-futurístico instándome a hacerlo. Y a medida que avanzas, con tu voluntad de avanzar nomás, vas empezando a armar un entramado de vivencias que van armando el tejido que envuelve tu misión/propósito de vida.
Sólo Vos podes darte cuenta de esto. Sólo Vos, podes –observando desde afuera todas tus cadenas de causas y efectos, toda tu vida como un todo- conformar un holograma o mosaico de cosas vividas. ¡¡¡Sólo Vos!!! Ni tu viejos, ni un profesor, ni un médico, ni un psicólogo, ni un chamán, ni un vidente, ni un amigo, ¡nadie! ¡Sólo Vos!.
Entonces, esto de encontrar tu propósito en la vida termina siendo quizás, algo retroalimentativo, algo que te vas dando cuenta pero solamente cuando empezas a moverte y a HACER. Por eso es tan difícil de explicar, porque no es simplemente sentarte en una mesa y decir:
– ¡A ver!, ¿¡Quién Soy!?…
¡Nah! Eso es imposible, tenes que salir al ruedo y vivir para poder darte cuenta de quien sos.
Tenes que hacer las dos cosas a la vez (son complementarios, como el ying y el yang o como cualquier otra dualidad), es decir, preguntarte quién sos, cuál es tu propósito, a la vez que vivenciar experiencias nuevas. A medida que avanzas, el big picture se va haciendo más claro, vas pudiendo atar los cabos de tu vida y ver un poco hacia dónde estás yendo. No importa que al principio te equivoques (de hecho, mejor, asumilo: TE VAS A EQUIVOCAR). Los errores nunca son errores, son aprendizajes… siempre podes sacar ALGO constructivo en limpio de cualquier tropezón o paliza que recibas en la vida.
No quiero hacer una ensalada de esto. A veces hablo demasiado, ergo, a veces escribo demasiado, como hoy. Todo esto son solo esbozos de consejos de bar, de palabras serviciales en amistad con un completo extraño (Usted, eventual lectora o lector). No me surge decir estas cosas desde el ego, sino que sale de la habladuría de todos mis egos sentados en círculo alrededor del fuego, conversando, poniéndose de acuerdo, y comunicando lo consensuado por la sumatoria de ellos y por aquella trascendentalidad que produce la sinergia de esa sumatoria.
“Siempre me hice cargo de todo lo que me tocó vivir. Hay que introducir el fenómeno de las casualidades en la Historia también. Estoy vivo de casualidad. Hay cosas que son imponderables, casualidades. Es mentira que la casualidad no existe. Existen dos cosas: las causalidades y las casualidades. (…) El tema de levantarse de la derrota. En la vida sos derrotado la inmensa mayoría de las veces. El asunto es volverse a levantar y seguir y seguir.
(…)
Me enferman los que se creen derrotados antes de pelear. No peleás por un triunfo pero te tenés que creer que vas a triunfar y vas avanzando y le das contenido a la vida. Igual, no podés triunfar, porque ¿cómo vas a triunfar ante el fenómeno tan complejo de la vida? Pero hay que darle contenido a la aventura de la vida. Vivir las cosas con pasión y más allá de las necesidades materiales. Vivir con ganas y comprometerse, lo cual no quiere decir que las emboqués todas. Pero les puedo asegurar que me divierto como loco.”
Palabras de Pepe Mujica, quien siempre va a tener una hermosa mayor sencillez que yo a la hora de simplificar cuestiones tan abstractamente existenciales que intento abordar. Pude conseguir su libro después de todo, justo enfrente de mi casa, en una hermosa librería de libros usados donde se aloja el aroma más espectacular de Buenos Aires… Pero ahora ya estoy de regreso en la llanura, donde cada atardecer y cada amanecer no me dejan de sorprender.
Puedo dar vueltas mil atardeceres acerca del asunto del buen vivir-el sumak kawsay-. Y, sin embargo, me agarra esta compulsión por dejar de pensar (que tantísimo me cuesta) y ponerme a hacer, a vivir. Pepe me lo vuelve a simplificar cuando dice que hay que tratar de vivir como se piensa si no uno estará pensando en cómo se vive. Lo tuve que leer dos veces. La segunda, me lo imagine a él, con su vozarrón: “lo que yo siempre digo es: TRATÁ DE VIVIR COMO PIENSAS PORQUE SI NO PENSARÁS COMO VIVES. Eso se aplica siempre. La cantidad de discursos que la gente se arma para justificarse es increíble”.
Más que generar un discurso que justifique tu accionar, tu ser, tu comportamiento… elegí actuar, elegí ser, compórtate, hacélo.
Entonces… sacando un poco en limpio todo, aprendiendo a mirar de a ratos a la Nada (sin tomarlo a esto como una pérdida de tiempo sino como micro-momentos que me regalo para serenarme), voy llegando a la conclusión de que el sentido de la vida es buscarle el sentido a la vida. Llevar a cabo esa búsqueda, a lo largo de toda la vida. Responder, o al menos plantearse, esas típicas preguntas: ¿de dónde vengo?, ¿quién soy?, ¿Por qué estoy yacá?, ¿cuál es mi propósito?, ¿hacia dónde voy?
Y lo que saco en limpio es, también, que puedo permitirme sentirme triste si así mi cuerpo lo necesita. Puedo, por momentos permitidos, sentir que la humanidad se está autodestruyendo… Y puedo contentarme también, sabiendo que un perro amigo siempre va a enseñarme a amar mejor que nadie. Y así ir y venir entre tristeza y felicidad, sin hacerme tanto problema al respecto.
Dos de la mañana. Instante del día en el que me amigo con mi fiel compañera, la bici, y la agarro para ir a dar una vuelta nocturna. Es con ella, pedaleando, que pienso en lo siguiente: Si elegís bajar los brazos, no está mal, siempre y cuando no pierdas la FE en lo que vendrá…
Termino de pensar esto, y por el sendero, en dirección contraria, viene un padre pedaleando con su hijo unos metros por delante aprendiendo a andar sin rueditas… Ahí, en el medio de la noche, sin que nadie los mire. Me envuelve un subidón de alegría por la sincronicidad, y caigo en la cuenta de que, aún cuando uno cree que está todo perdido, siempre habrá una madre o un padre enseñándole a su hija o hijo cómo ganar ese mágico balance para rodar por cuenta propia, en la mitad de la nada, sin nadie para observarlos ni juzgarlos por nada.
Vuelvo a casa, se hace de día… Vuelvo a abrir un libro, este se llama “El Grito Manso”. Abrir un libro es una de las pocas cosas que creo saber hacer. Encuentro una frase, de Paulo Freire, para terminar de intentar describir la motivación del momento de semi-epifanía que acababa de sentir hace un rato atrás:
“No estoy esperanzado por capricho sino por imperio de la naturaleza humana. No es posible vivir plenamente como ser humano sin esperanza. Conserven la esperanza. (…) No es posible concebir un luchador desesperanzado. Lo que sí podemos concebir son momentos de desesperanza.”
Logré la motivación visual (bicicleta con rueditas, enseñanza ancestral)… Luego, la anexé junto con una motivación racional, intelectual (libro, aroma a papel viejo, palabras, bien fundadas). Me faltaba la conexión musical… Pongo un viejo disco de James Zabiela, un Renaissance bien volador llamado “Afterlife” y, tras un rato de relajo, un tipo totalmente anónimo comienza a decir unas palabras en inglés que acá traduzco. Decían algo así:
“Llegamos a un punto, en el cual nos cuestionamos a nosotros mismos. Qué estamos haciendo con nuestra vida. Nos comparamos con la gente que nos rodea y con lo que ellos suponen que debiéramos estar haciendo. Es importante liberarse de esto… La vida, es mejor vista como un regalo… Vos ya estás muerto, así que por qué no la disfrutas y vivís al máximo de tu potencial… Todo ha estado siempre bien… y continuará estándolo…”
En fin, se me fue la mano escribiendo. Me excedí.
Pero, ¿a quién le importa?, e
¿importa?
Sin más, hasta pronto,
Brian Longstaff.-
Palabras citadas de estos humanos:
Friedrich Nietzsche, “Más allá del bien y el mal”.
Hermann Hesse, “Siddharta”.
Jiddu Krishnamurti, “Choicless Awareness”.
Joe Dispenza, “Evolve your Brain”
Leo Tolstoy, “Family Happiness”.
Paulo Freire, “El Grito Manso”.
Fotos propias, de Abby Viale, Lis Aguiar y Victoria “Pollah” Crivaro.
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